Hoy, tras un fin de semana, vuelvo a mi trabajo, la residencia de ancianos. Están todos igual, bueno la mayoría un poco más contentos de lo habitual. Estamos a mediados de diciembre y a la mayoría de ellos se los llevan sus familias a sus casas para pasar las Navidades.
Voy entrando por los pasillos y se van despidiendo de mí y del resto de mis compañeros. Los ancianos se van yendo y las habitaciones van quedando vacías. Algunos de mis compañeros preparan sus equipajes, ellos también cogen sus vacaciones. Unas horas más tarde, la residencia queda casi vacía, apenas quedamos siete u ocho ancianos, mis dos compañeros y yo. Begoña prepara las camas, mientras que yo limpio las estancias y Jóse prepara la comida. Las mañanas son más entretenidas; limpiamos, aseamos a los abuelos (que es como prefieren que les llamemos), preparamos las comidas, les ponemos la medicación a los que la necesitan, nos sentamos con ellos un rato,... Por las tardes aprovechamos para descansar un poco mientras algunos duermen la siesta, otros juegan al parchís...
Esta tarde me toca a mi sola, Jóse tiene la tarde libre y Begoña se ha ido a comprar los alimentos y el material sanitario que nos falta. Está todo hecho, sólo tengo que esperar por si alguno de ellos necesita algo, así que me siento en un sillón ha hablar con algunos de ellos. Levanto la vista y ahí está otra vez, Paula. Está sentada junto a la ventana. Parece que observa algo a través del cristal, pero no, no observa nada. Tiene la mirada perdida, y mientras, se balancea en su mecedora. Dicen que está loca, porque cuenta historias raras y porque se pasa los días sentada en su mecedora enfrente de la ventana con la mirada perdida. Yo la escucho, pero a veces no se si creer lo que dice. Me siento a su lado y le pregunto cómo está hoy. Me contesta que bien, y empieza a contarme una de sus historias:
-Tenía veinte años, toda la vida por delante. Pero se enamoró, se enamoró de un hombre casado. La trataba bien, hablaba con ella, le llevaba flores,...Estaba muy enamorada, llevaban tiempo saliendo y quería presentárselo a sus padres. Esa tarde quería darle una sorpresa, quería que fuera diferente y apareció en su casa. Tocó el timbre y subió. No le dio tiempo a esconderse y los pilló en el sofá. Llevaba bolsas con comida china, a él le encantaba. Nada mas verlos se le cayeron al suelo. Rompió a llorar y se fue. No volvió nunca.
Cuando termina, otro grupo me llama para que eche una partida al cinquillo con ellos. Yo lo hago, y termino quedándome la séptima, de diez, no es que sea muy buena, lo reconozco. Ellos se ríen y se enzarzan en alguna pequeña discusión, algo que enseguida termina en otra partida. Más tarde preparo las medicinas para ellos, y se las administro. Los aseo y les preparo la cena. Tortillas francesas, pan, ensaladas, pescado azul, algo de pasta,...Les reparto las bandejas, y me pongo a cenar con ellos.
-¿Tienes alguna otra historia?-Le pregunta Laura a Paula.
-Sí-contesta, y se dispone a relatarla- Fue al parque, siempre se veían allí. Se arregló, se puso su mejor vestido, se maquilló, se peinó,...Estaba guapísima, más que nunca, y mira que ella siempre iba guapa. Esperó, esperó. Llegaban parejas, se iban; llegaban niños, pasaba gente, vendedores ambulantes,...y así horas y horas. Miraba su reloj una y otra vez, y no llegaba. Nunca llegó, fue varios días a la misma hora, se sentaba y volvía a esperar durante horas, pero nunca llegó.
Pasa el tiempo contándonos sus historias, todas de amores que acaban en tristeza, entre llantos de sus protagonistas. No sabemos si se basan en hechos reales o si es ella una de sus protagonistas, sólo sabemos que están llenas de amor, melancolía,... también vemos cómo al relatárnoslas, sus ojos azules se tornan brillantes y sus largas pestañas dejan que unas pequeñas gotitas, llamadas lágrimas, asomen entre ellas; para acabar trazando estrechos ríos que discurren por sus mejillas.
Estos relatos son, para el resto de ancianos, como la televisión para nosotros. Ya que Paula les relata, como mínimo, dos al día.
-La quiso, la quiso mucho. Tanto que hizo de ella su mundo, siempre estaba pensando en ella. Pero era un cobarde, y no se lo dijo nunca. Tenía miedo de lo que pudiera pensar, y no quería perderla. Intentaba ayudarla en todo, estar siempre ahí. Ella se enamoró de otro, y corrió a contárselo. En un primer momento, sintió que un puñal le atravesaba el corazón, pero no se lo dijo. Al contrario, la felicitó. Unos años después le dijeron que se iban a casar, y le pidieron que fuera su padrino. El aceptó. Ayudó al novio a vestirse el día de su boda. Éste le preguntó si alguna vez había sentido algo por ella, y él le contestó que sí. "Siempre la amé", le dijo, "pero nunca me atreví a decírselo". Por eso le pidió que valorará la suerte que tenía y que la cuidará. "Quiérela tanto como puedas" le dijo "y no le hagas daño. Tampoco dejes que nadie le haga daño, y valórala siempre" le pidió. Ella se casó y él se resigno a darles su enhorabuena, un par de besos y un amistoso apretón de manos.
Termina mi turno y me despido de todos ellos, "hasta mañana" les digo. En ese momento llega Bego, le toca la noche. Le doy dos besos despidiéndome de ella y me voy a mi casa. Dejándola allí con "los abuelos", como a ellos les gusta que les llamen.