Lágrimas irrefrenables corrían por sus mejillas. Habían brotado de sus ojos hacía ya un buen rato, pero no se dio cuenta de que estaban allí hasta ese momento. Eran pequeñas gotas que se deslizaban como un río se desliza por un arroyo. Con fuerza, con rabia, con impotencia. No lo podía controlar, o no quería. Las había reprimido durante mucho tiempo. Había estado ocupado con otras cosas, mirando otras escenas, observando su alrededor, mirando siempre hacia fuera y hacia los demás.
Había pasado tanto tiempo que ya no sabía por qué lloraba exactamente, solo sabía que sentía una pena muy grande en su interior, un dolor inexplicable sin razón alguna. Era intermitente, llegaba cada X tiempo y no solía durar mucho. A veces se iba solo, y a veces necesitaba alguna distracción que le acompañara para terminar de marcharse. No sabía a qué se debía, sólo sabía que era algo emocional, intangible y difícil de explicar.
No se curaba con medicinas ni remedios naturales. Era un pequeño dolor que solía aparecer con forma de pinchazo en el pecho, y solía aliviarlo con salidas nocturnas. Acostumbraba a calzarse las deportivas en la madrugada, anticipándose a la salida del sol. Corría bajo la fría aurora matutina. No había mucha gente, por no decir casi nadie, corriendo a esas horas, y eso le ayudaba a pensar. Saliendo de madrugada se aseguraba poder ver la salida del sol, recibir sus primeros rayos, y eso para él era relajante.
Esos últimos días habían sido difíciles. Se había centrado en su trabajo, y ahora que por fin tenía vacaciones, se sentía vacío. Los primeros días habían estado bien, le habían servido para desconectar, dormir, relajarse,... Pero ahora eso se había convertido en una rutina aburrida, una rutina solitaria, y ya no sabía cómo cambiarla. Tenía un vacío en su interior que no sabía cómo llenar. La gente de su alrededor avanzaba y hacía cosas grandes, pero él sólo conseguía dar pequeños pasos muy de vez en cuando. Y aunque quería correr, y calzaba zapatillas deportivas, sentía que algo se lo impedía. Era como si a cada paso que daba retrocediera dos de golpe, y eso le hacía estar aún más lejos de sus propósitos.
No era un hombre ambicioso, ni tenía grandes planes de futuro, pero tampoco le gustaba quedarse quieto, y había llegado a un punto en el que no sabía qué camino tomar. Quizás a eso se debía su pequeño dolor, a que se había perdido en el camino, se encontraba desubicado y sin saber por dónde tirar. Había ido trazando un itinerario a seguir durante toda su vida, sin sobresaltos ni decisiones de última hora, hasta ese momento. No le quedaban ases bajo la manga ni planes que cumplir, y eso le hacía sentir un poco vacío. Se había quedado sin ocupación, y él no era un hombre de andar mano sobre mano, ni de encomendarse a Dios ni al diablo. No le gustaba aguardar a que pasaran las cosas, prefería dejarlo todo bien atado, y ahora se había quedado sin nada que anudar.
Necesitaba soltar su rutina al menos por un instante, desprenderse de todo lo que le ahogaba, y empezar a llenar ese vacío interior que sentía en el estómago. Corriendo bajo la fría aurora se dio cuenta de ello. Soltó su rabia, su impotencia, y por un instante se olvidó de ese pinchazo que a veces aparecía en su pecho. Intentó secarse la mejillas con los puños de su sudadera, pero nada más enjuagarse los ojos, volvieron a aparecer nuevas lágrimas irrefrenables.