Ahí está. A apenas tres metros de mí. Ahí está, sin imaginarse que la estoy mirando. Sentada en un banco, leyendo un libro, de misterio quizá, de aventuras o ¿por qué no? De amor, quién sabe. Apoya una pierna encima de la otra, deja su bolso al lado, y se recuesta en el banco. No sabe que la estoy mirando, está sumergida en su libro, en sus historias. De vez en cuando levanta la vista para comprobar que su pequeña está bien.
Es guapa, muy guapa, la mujer más guapa que he visto en mi vida. Morena y hermosa. De oscuros, largos y lisos cabellos, de ojos verdes intensos, con una mirada limpia y pura; fija en las páginas que la transportan a un mundo nuevo, su mundo; de fantasías, de historias completamente disparatadas, de esas que solo se encuentran en los libros. Lleva unos vaqueros y una camisa azul tenue, que hace contraste con sus ojos verdes.
Un pajarillo se le acerca cantando, y ella lo mira y sonríe. Se aparta un mechón de pelo que le tapa los ojos, se lo coloca detrás de la oreja y vuelve la página de su libro. Continúa leyendo. Los niños juegan delante de ella, acompañados de esa risa típica de niños, ésa que suena a despreocupación, a vivir el momento sin pensar en un mañana, en que pasará una hora más tarde,... La risa que únicamente disfruta el momento, ésa que, a medida que vas creciendo, madurando; sin querer, sin darte cuenta; vas perdiendo.
Ella sonríe y saca un botellín de agua de su bolso. Bebe un trago, vuelve a alzar la vista para vigilar a su pequeña, sonríe, y continúa leyendo, y así pasa un cierto rato. Yo la observo y miro también a su pequeña, mientras tomo un café en el bar que hay enfrente del parque, donde se encuentra el banco en el que está sentada. Solo quiero congelar el tiempo, para seguir observándola, pero no puedo, el tiempo debe seguir su curso. A veces pienso en acercarme a saludarla, pero lo pienso mejor y decido no ir. No quiero molestarla, prefiero observarla de lejos, sin que se dé cuenta de ello.
En ese momento se le acerca su hija, su pequeña, una niña de apenas cuatro años que ya le llega hasta la altura del vientre. Una pequeña de pelo rizado y rubio, de ojos azules y una sonrisa entre sus labios. No es muy parecida a su madre, al menos no físicamente, pero es bonita. Ella la recibe con una sonrisa y le aparta el pelo que le cae por delante de los hombros. Hablan y la pequeña le toma la mano mientras le pide que la acompañe. Madre e hija atraviesan el parque con una sonrisa, mientras ella se suelta de la mano de ésta, y se la pasa por encima de los hombros, atrayéndola hacia sí misma, haciendo que ésta se sienta protegida por ella. La pequeña sonríe y espera junto a ella al lado de unos columpios, mientras hablan.
Un niño, vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta roja de manga corta, de unos seis años más o menos, se acerca y le dice algo al niño que está sentado en el columpio, éste se asombra y se baja deprisa. Los dos niños hablan y salen corriendo hacia un grupo de chavales de su misma edad.
Su pequeña se monta en el columpio y ésta se coloca detrás de ella, la rodea con los brazos y la impulsa hacia arriba, balanceando su columpio, angrunsándola, como diría la gente mayor de la tercera edad. Y así, madre e hija pasan un buen rato.
Yo me entretengo mirándolas, con la seguridad de que no se darán cuenta de que estoy aquí. Observo sus risas, sus gestos,... De repente le suena el teléfono móvil, ella lo saca del bolso y se aparta hacia un lado del parque. Habla y esboza una sonrisa, una de sus hermosas sonrisas, de ésas que hacen que todo el mundo que le rodea brille con más intensidad, deslumbrándola como si fuera un ángel, de una belleza sin igual. Una sonrisa de las que hacen que el mundo se detenga, únicamente, para fijarse en ella.
Una breve conversación y una sonrisa aún más inocente y bella. Después de unos minutos llega él, su marido, que le aparta un mechón de pelo que le cae en la cara y la besa con ternura. Ella sonríe y pronto llega hasta ellos su pequeña, corriendo, esbozando también una sonrisa. Él se agacha y abre sus brazos mientras la niña corre hacia ellos, la abraza y le da besos en las mejillas mientras le dice algo al oído, algo que hace que la pequeña se ría. Y así se van los tres, riéndose. La pequeña jugando, y ellos intercambiando miradas llenas de complicidad.
Y mientras, yo pido la cuenta en la cafetería, pago y me vuelvo a mi casa; satisfecho, contento de ver que están bien, y sobre todo, de saber que es feliz.