Eran las cuatro de la mañana. El viento golpeaba las ventanas con fuerza y se podía oír la lluvia caer fuera. El ruido la despertó, o eso se repetía Sara. Fue a la cocina, vestida con su pijama azul a rayas, y se sirvió una taza de café, mientras Lucy, su perro, la observaba. Hacía tiempo que no dormía bien por las noches, desde que Nerea se fue. Se mudaron juntas al centro para estar cerca de la universidad, pero a Nerea le habían dado una beca por sus excelentes notas, sobre todo en idiomas, y se había ido a Harvard a estudiar; dejándola allí, con Lucy. A veces se sentía sola, aunque tenía a Lucy, incluso culpaba a Nerea de dejarla sola, pero en su interior sabía que era lo mejor que podía haber hecho y se alegraba por ella.
Su rutina se limitaba a desayunar un café todas las mañanas, pasear a Lucy temprano, coger el autobús, intentando encontrar un asiento que quedara vacío, cosa que no era muy habitual; bajar siempre en la misma parada, andar cinco o diez minutos hasta llegar a la facultad, en realidad de eso no podía quejarse ya que la facultad quedaba cerca de su parada; volver a casa para comer, a eso de las tres de la tarde; encargarse de las tareas domésticas, descansar un poco y volver a estudiar; y por la noche ir a trabajar como camarera en el pub "Lalyston" ."Al menos estoy entretenida", pensaba Sara. Le reconfortaba pensar que estaba haciendo las cosas bien.
Ese día se levantó temprano, tampoco esa noche había dormido bien, se vistió con sus vaqueros oscuros y su camiseta marrón chocolate. Se tomó su café, bien cargado, como de costumbre; y se dispuso a llevar de paseo a Lucy, un paseo corto que apenas duró diez minutos, puesto que no quería llegar tarde a la facultad. Lucy era una chiguagua marrón de apenas dos años, de ojos verdosos y oscuros. A pesar de su corta edad no solía hacer destrozos en casa, y sabía contenerse. Cuando se dio cuenta de la hora que era, vio que casi perdía el autobús. Cogió su bandolera negra, se guardó su portátil, sus auriculares, cogió las llaves y el móvil, y se apresuró a la parada. El autobús se disponía a arrancar, menos mal que el conductor la conocía, era Marco. Siempre tenía el turno de mañanas. Sara y él habían coincidido varias veces. Subió al autobús y le dio las gracias por esperarla, después se dispuso a buscar un asiento libre, mientras él iniciaba una maniobra para salir de la estación de autobuses. Como de costumbre, no encontró ningún asiento vacío y se tuvo que quedar de pie. Así que se recostó en una de las barandillas, apoyando su bandolera en el suelo, con cuidado, ya que no quería estropear su portátil. Después de quince minutos el autobús se detuvo en su parada, no sin antes detenerse en unas cuantas por el camino. Sara se bajó y caminó hacia la facultad, observando mientras las calles y grandes edificios que la rodeaban. Entró en el campus y se dirigió a su aula.
Las clases eran eternas, algunas entretenidas, otras un rollo, o eso le parecían a ella; aunque atendía a todas ellas, ya que sabía la importancia de éstas. Estudiaba magisterio de educación primaria en la universidad de Murcia. Era ya su segundo año, y se sentía muy a gusto, sabía que no se había equivocado en su elección, y en la importancia que esto suponía para su futuro. Había hecho amistades en la universidad, y eso era importante para ella, ya que era nueva en Murcia, sobre todo ahora que Nerea se había ido. Ese día las clases le parecieron amenas, de modo que la mañana se le pasó rápidamente. El profesor Laurence, se dispuso a explicar la "psicología del desarrollo", mientras Sara y sus compañeros tomaban notas, atendían y le hacían preguntas a cerca de las diferencias psicológicas entre las edades que deben tener los alumnos comprendidos entre primero y sexto curso de primaria... Laurence explicaba de nuevo las evoluciones que los niños llevan a cabo durante esas edades, sus inquietudes, sus posibles actitudes,... e iba despejando las dudas de sus propios alumnos. Las clases pasaron hasta llegar a las tres de la tarde, se habían acabado por hoy.
Sara se volvió a subir al autobús y se colocó sus auriculares. Le gustaba escuchar música mientras iba en carretera. Se acababa de bajar el CD nuevo de Bruno Mars, y se dispuso a escucharlo. Llegó a casa, cocinó unos macarrones, y después de comer se puso a limpiar, fregar...y todas esas tareas para las que nunca hay ganas, pero que todos los días hay que hacer. Más tarde, a eso de las cinco, se puso a estudiar, hasta las nueve, cuando salió hacia el "Lalyston" a trabajar.
Un saludo a Jaime, su jefe, y derecha a la barra. Enfriar bebidas, limpiar algunas mesas que quedaron sucias la noche anterior, barrer el suelo y fregarlo, colocar los vasos, platos, copas, y demás cubiertos en su sitio...Hasta las diez, cuando el "Lalyston" abrió sus puertas. Jimena, Luis, Daniel, Rocío, Elena y el resto de la plantilla fueron llegando uno detrás de otro. La noche transcurrió tranquila, el pub a rebosar, los camareros de la barra sin parar de servir, y los encargados de las mesas sin descansar ni un minuto. Fue una noche sin descanso, pero también sin agobio, y lo más importante, sin ningún altercado de esos que suelen ocurrir en los pubs y que nunca acaban bien. A eso de las tres de la mañana, el "Lalyston" cerró sus puertas y Nerea se fue a casa, después de recogerlo todo. Volvió a casa, se dio una ducha, paseó a Lucy, cenó una ensalada ligera; le dió un repaso a sus estudios y se fue a dormir. Otro día más había acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario