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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

domingo, 26 de agosto de 2018

En otro rostro, en otras manos, en otro tiempo

-¿Y si volvemos a encontrarnos? ¿Y si nos vemos en otro rostro, en otras manos, en otro tiempo? ¿Cómo me reconocerás? ¿Cómo podré advertirte entre la gente, entre la multitud? - Me preguntó al darse cuenta de que había acabado el verano. - Si tu vas en línea recta y mi camino de vuelta lleva curvas, ¿cómo nos aseguraremos de llegar al mismo sitio?
- No puedo cambiar mi itinerario - le respondí intentando que me comprendiera. - Yo debo seguir el camino ya trazado, me esperan en cada stop, y no puedo llegar tarde a mis citas.
- Entonces ¿no volveremos a encontrarnos? ¿No habrá más noches en la playa, ni más caminatas matutinas?
- No. Ya no. Tal vez en un futuro, en otro tiempo,... Nos veamos en otros ojos, nos rocemos con otras manos  y sigamos sintiendo lo mismo. - Le respondí. - Esto no tiene porqué ser un "adiós", puede ser un "hasta luego".
- ¿Un "hasta luego"? - Me preguntó. Creo que no me entendía en ese momento. - Dices que te vas, que te esperan en cada esquina y cada puerto. Tal vez no volvamos a encontrarnos, y si lo hacemos, posiblemente no nos reconoceremos.
- Sí lo haremos.- Le respondí serena.- Prometo guardar tu mirada en mi retina, tu sonrisa, en mi corazón, y tus besos, en mi piel. Prometo guardar tu recuerdo, tu olor. He memorizado cada milímetro de tu cuerpo, - le confesé - de manera que cuando volvamos a vernos, me será fácil reconocerte.
- ¿Y me harás saber que estás aquí? - Me preguntó. - Si algún día vuelves, con otro rostro, con otras manos, y no consigo reconocerte ¿me dirás que eres tú? ¿Me avisarás cuando estés a mi lado?
- Por supuesto. - Le respondí. - Si algún día volvemos a cruzarnos te mantendré la mirada hasta hacer que me mires fijamente. Si no lo consigo, intentaré rozar tus dedos con los míos. Prometo observar tus labios, pero no besarlos.
- ¿Por qué no? - Me preguntó casi riendo.
- Porque para ti seré una extraña.- Le respondí. - Esperaré a que me recuerdes, y cuando vea que empiezas a hacer memoria, te obsequiaré con el ansiado beso, pero solo cuando empieces a recordar.
- ¿Y si tú tampoco te acuerdas de mí? ¿Qué pasará si volvemos a vernos y no sabemos quiénes somos?
- Entonces tu volverás a llamarme la atención, como lo hiciste el día que se me cayó aquel libro y tu me lo devolviste. - Le respondí. - El destino te pondrá en mi camino, y yo me fijaré en ti. - Él quedó pensativo.
- ¿Y si ya has encontrado a otra persona? - Me preguntó. Me quería, y yo lo sabía, pero estaba lleno de dudas.
- Sé que no me conformaré con otro que no seas tú. - Le respondí. - Pero también sé que antes de conocerte tenía un camino trazado. Unos planes y responsabilidades que ahora, al acabar el verano, me esperan y debo retomar. No puedo permanecer aquí por más tiempo, pero tampoco quiero dejarte.
- Nuestros caminos se separan. - Me dijo. - Yo también debo irme, pero en dirección contraria. ¿Qué haremos cuando llegue el frío invierno y estemos tan lejos que no podamos darnos calor?
- Cuando el hielo toque nuestros pies, lo combatiremos con recuerdos y tazas de chocolate caliente. - Le respondí.- La llamadas telefónicas sustituirán a los whatsapps, y los vídeos y fotos, a las imágenes mentales.
- No será lo mismo.- Me dijo medio convencido.
-Deberemos aguardar.- Le insistí.- Sabes que no podemos permanecer juntos, pero nos acostumbraremos a esta nueva situación. - Le dije cogiendo sus manos entre las mías, lo que le obligó a mirarme a los ojos. Vi mi mirada reflejada en sus ojos, y también vi en ellos el amor que me profesaba. Lo estaba pasando mal. No quería separarse de mí, ni yo de él, pero el verano se acababa. Él debía volver a su universidad y su trabajo en la cafetería, y yo debía volver al banco a atender a mis clientes en ventanilla.
Me acerque a él, apoyé mis labios en los suyos y los presioné, besándolo. Besándolo como nunca lo había hecho. Sentí su calor en mis labios. Me acarició la nuca con sus manos y deslizó sus dedos por mi espalda. Le quité la camiseta y le acaricié la espalda. No quería que se fuera, y acabó sentado en mi cama, conmigo a horcajadas sobre él. No sé cómo sucedió pero en cuestión de minutos acabamos en ropa interior.
Recordé cómo había empezado todo y me centré en su piel, quería memorizarla. Recorrer sus lunares, unirlos con una carretera de besos. Explorar sus pliegues con mis dedos, y que él hiciera lo mismo con mi cuerpo. Quería que recorriese mis curvas y explorase todos y cada uno de mis orificios. Quería que me conociera por dentro y por fuera, que tuviese también un recuerdo exacto de mí. Y eso hicimos, recorrer y explorar nuestros cuerpos una vez más, hasta que quedaron plasmados en nuestras memorias, por si volvíamos a reconocernos más tarde, en otro rostro, en otras manos, en otro tiempo.

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