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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

sábado, 26 de enero de 2019

Pequeña ramita

Tú, pequeña plumita que vuelas en solitario. Te miras al espejo y crees ver allí todo un pavo irlandés. Tu cuerpo es como una pequeña ramita mecida por el viento, caída de un árbol. Sin embargo, tú lo ves como un tronco muy ancho, y te empeñas en no alimentarlo. Pequeña ramita, si supieras que el viento te puede lanzar muy lejos y nunca traerte de vuelta, si vieras cómo te hacen falta las hojitas que has ido perdiendo y que ya no hacen visible tu arbolito. Tu crees que tus hojitas te hacen parecer un tronco demasiado grueso y ancho, y te empeñas en tallarlo como una pieza de juguete. Quieres tener el contorno de una varita mágica pensando que así te verás más bonita, y no es así ramita. Naciste para ser tronco y como tronco has de caer. No debes quedarte en rama ni desechar tus hojitas, porque forman parte de ti, aunque no lo veas ramita, no te hacen menos bonita.

Eres un árbol como todos los demás, no menos válida, y no te sobran los anillos en tu interior. Es tontería dejar tanta agua y sales minerales que tan bien te hacen, por perder unos centímetros de tu contorno. No hagas eso ramita, cambia de espejo, alarga tus raíces, llena tu tronco de nutrientes, y sobre todo de amor que tan bien te hace. Puedes hacerlo ramita, puedes volver a ser un tronco. Un tronco bonito y hermoso. Los anillos de tu tronco eran bonitos, y nunca debieron desaparecer, aún estás a tiempo de recuperarlos. Solo debes deshacerte de la lámina metálica que te confunde con sus números. Tu crees que a menor número más bonita y mejor te ves, y no es así ramita. Cuanto menos marque la lámina más lejos estarás de ser el árbol que fuiste y que debes volver a ser.

Vuelve a ser tronco ramita, alarga tus raíces, rebózalas en la tierra hasta humedecerlas en el subsuelo. Busca los minerales y el agua que tanto te faltan y tómalos en grandes cantidades para volver a ser el hermoso árbol que un día fuiste. Debes volver a ser el tronco fuerte que resistió frente a viento y tormenta. No dejes que las revistas y programas de televisión te confundan. Ser ramita no te hace ser más atractiva, ni aceptada por la sociedad. No te obsesiones con tu imagen y peso, no le declares la guerra a la comida. Ella no es tu enemiga, al contrario, es lo que hace que sigas aquí con nosotros. No la destierres ramita, la necesitas para volver a ser lo que eras.

Lo que ves en el espejo no se corresponde con la realidad. Necesitas alimentarte, fortalecer tu árbol. Coger energía para vivir. Solo así recuperarás tus hojitas, y créeme cuando te digo que te sentirás mejor. Tu percepción de la belleza y de tu propio cuerpo está distorsionada y debes enderezarla. No hagas caso a la lámina metálica que se ha metido en tu cabeza y te ha hecho creer que solo su juicio es válido. Debes escuchar al bosque al que perteneces. Todos coincidimos en que debes volver a ser el árbol que eras, recuperar tu hermoso tronco.

No debes ser la pequeña plumita que vuela en solitario. Piensa que hay árboles y pajaritos a tu alrededor que te queremos y deseamos que vuelvas a ser el hermoso árbol que eras, y ver por fin cómo retomas tu vuelo mientras cantas, pajarillo.

viernes, 25 de enero de 2019

Fumar mata, tu amor también

"Fumar mata" ponía en el paquete de tabaco que había junto a la cama, en mi mesita. Lo dejaba allí todas las noches. Sabes que me gustaba fumarme un piti después de acostar a los niños. Aunque recuerdo que eso a ti no te gustaba, ni el piti ni acostarlos. Nunca lo hiciste, ni jugaste con ellos. Decías que los niños eran "cosa de mujeres, no de hombres", y tu nunca fuiste ni una cosa ni la otra.

Decías que pertenecías al segundo grupo. Te considerabas un "macho alfa, unga, unga", y así se lo hacías ver a nuestros pequeños. Te veías e intentabas que ellos te vieran como un modelo al que imitar. Menos mal que eso solo lo veías tu, y no ellos. Nunca siguieron tus pasos, o patadas que es lo que dabas al caminar, yo me encargué de que no lo hicieran difuminando tus huellas. "Fumar mata" me recordabas cada vez que veías el paquete o yo lo cogía. No digo que no sea verdad, pero creo que el paquete y su pequeño mensaje te hicieron un favor. El paquete fue la excusa que pusiste para no reconocer que tu hacías lo mismo conmigo.

Tu "amor" por mí era igual o peor que el tabaco, y eso no me lo decías. Como el tabaco, era algo adictivo y tóxico. Tenía una apariencia atractiva y fumarlo te hacía sentir bien, o eso creías al consumirlo, pero al llegar a tus pulmones empezaba a verter mierda y a podrirlos de la peor manera posible. De la única manera en la que puedes destruir algo por completo: desde dentro.

El tabaco y tu tuvisteis una misma acción sobre mí. La diferencia entre ambos fue que él portaba un letrero vaticinando un posible y fatídico desenlace si lo consumía, y tu no. Tu me alertabas sobre él omitiendo que escondías la misma realidad bajo tu piel. Fumar mata, tu amor también, y esto último no me lo advertiste. Tuve que descubrirlo yo sola, y casi me cuesta la vida.

Me jodí los pulmones ¿sabes? Me jodí los pulmones con el puñetero tabaco, y me acordé de ti el día que la médica me indicó que tenía que dejarlo. Sus palabras fueron: "si no dejas el tabaco, pronto tendrás cáncer de pulmón", y mi pensamiento fue "me cago en ti", y con "ti" no me refería a la médica, me refería al "macho alfa, unga, unga".

Cuando llegué a casa te estabas duchando y nuestros pequeños estaban solos en el comedor. Me acerqué a ellos y volví a ver la cajetilla en la mesa, abierta. Le faltaban tres cigarros y aún quedaba humo en el comedor. Pronto comprendí que te habías fumado otro piti con nuestros hijos a tu alrededor, y no habías abierto las ventanas.

Nuestros hijos, mis hijos, estaban respirando el humo. Un humo tóxico como tú y tu amor. Corrí las cortinas, levanté las persianas y abrí las ventanas para que se fuera. El humo de tus cigarros estaba vertiendo mierda, y mis hijos la estaban recibiendo e inhalando, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que no erais atractivos sino adictivos.

El tabaco y tu no erais atractivos, porque ninguno de los dos me aportabais nada bueno. Él me mataba por dentro, y tú me matabas por fuera, aunque solo él era sincero conmigo. Cada cajetilla que me fumé contuvo un letrero y una foto en su exterior indicando que podía matarme. Un simple letrero. Dos palabras. FUMAR MATA. Tu, sin embargo, me dijiste muchas. Tuvimos miles de conversaciones y discusiones, y en ninguna fuiste tan directo y sincero como la cajetilla.

Fumar mata, tu amor también, y eso no me lo advertiste. Por eso, tanto tú como la cajetilla, habéis acabado fuera de mi casa. Y me gustaría decir que de mi vida también, pero en tu caso no puedo, porque siempre nos unirán los niños. Y solo los niños. Ahora los acuesto, los beso, y cambio la hora del piti por la del cuento de buenas noches.