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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

viernes, 25 de enero de 2019

Fumar mata, tu amor también

"Fumar mata" ponía en el paquete de tabaco que había junto a la cama, en mi mesita. Lo dejaba allí todas las noches. Sabes que me gustaba fumarme un piti después de acostar a los niños. Aunque recuerdo que eso a ti no te gustaba, ni el piti ni acostarlos. Nunca lo hiciste, ni jugaste con ellos. Decías que los niños eran "cosa de mujeres, no de hombres", y tu nunca fuiste ni una cosa ni la otra.

Decías que pertenecías al segundo grupo. Te considerabas un "macho alfa, unga, unga", y así se lo hacías ver a nuestros pequeños. Te veías e intentabas que ellos te vieran como un modelo al que imitar. Menos mal que eso solo lo veías tu, y no ellos. Nunca siguieron tus pasos, o patadas que es lo que dabas al caminar, yo me encargué de que no lo hicieran difuminando tus huellas. "Fumar mata" me recordabas cada vez que veías el paquete o yo lo cogía. No digo que no sea verdad, pero creo que el paquete y su pequeño mensaje te hicieron un favor. El paquete fue la excusa que pusiste para no reconocer que tu hacías lo mismo conmigo.

Tu "amor" por mí era igual o peor que el tabaco, y eso no me lo decías. Como el tabaco, era algo adictivo y tóxico. Tenía una apariencia atractiva y fumarlo te hacía sentir bien, o eso creías al consumirlo, pero al llegar a tus pulmones empezaba a verter mierda y a podrirlos de la peor manera posible. De la única manera en la que puedes destruir algo por completo: desde dentro.

El tabaco y tu tuvisteis una misma acción sobre mí. La diferencia entre ambos fue que él portaba un letrero vaticinando un posible y fatídico desenlace si lo consumía, y tu no. Tu me alertabas sobre él omitiendo que escondías la misma realidad bajo tu piel. Fumar mata, tu amor también, y esto último no me lo advertiste. Tuve que descubrirlo yo sola, y casi me cuesta la vida.

Me jodí los pulmones ¿sabes? Me jodí los pulmones con el puñetero tabaco, y me acordé de ti el día que la médica me indicó que tenía que dejarlo. Sus palabras fueron: "si no dejas el tabaco, pronto tendrás cáncer de pulmón", y mi pensamiento fue "me cago en ti", y con "ti" no me refería a la médica, me refería al "macho alfa, unga, unga".

Cuando llegué a casa te estabas duchando y nuestros pequeños estaban solos en el comedor. Me acerqué a ellos y volví a ver la cajetilla en la mesa, abierta. Le faltaban tres cigarros y aún quedaba humo en el comedor. Pronto comprendí que te habías fumado otro piti con nuestros hijos a tu alrededor, y no habías abierto las ventanas.

Nuestros hijos, mis hijos, estaban respirando el humo. Un humo tóxico como tú y tu amor. Corrí las cortinas, levanté las persianas y abrí las ventanas para que se fuera. El humo de tus cigarros estaba vertiendo mierda, y mis hijos la estaban recibiendo e inhalando, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que no erais atractivos sino adictivos.

El tabaco y tu no erais atractivos, porque ninguno de los dos me aportabais nada bueno. Él me mataba por dentro, y tú me matabas por fuera, aunque solo él era sincero conmigo. Cada cajetilla que me fumé contuvo un letrero y una foto en su exterior indicando que podía matarme. Un simple letrero. Dos palabras. FUMAR MATA. Tu, sin embargo, me dijiste muchas. Tuvimos miles de conversaciones y discusiones, y en ninguna fuiste tan directo y sincero como la cajetilla.

Fumar mata, tu amor también, y eso no me lo advertiste. Por eso, tanto tú como la cajetilla, habéis acabado fuera de mi casa. Y me gustaría decir que de mi vida también, pero en tu caso no puedo, porque siempre nos unirán los niños. Y solo los niños. Ahora los acuesto, los beso, y cambio la hora del piti por la del cuento de buenas noches.

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