"Fumar mata" ponía en el paquete de tabaco que había junto a la cama, en mi mesita. Lo dejaba allí todas las noches. Sabes que me gustaba fumarme un piti después de acostar a los niños. Aunque recuerdo que eso a ti no te gustaba, ni el piti ni acostarlos. Nunca lo hiciste, ni jugaste con ellos. Decías que los niños eran "cosa de mujeres, no de hombres", y tu nunca fuiste ni una cosa ni la otra.
Decías que pertenecías al segundo grupo. Te considerabas un "macho alfa, unga, unga", y así se lo hacías ver a nuestros pequeños. Te veías e intentabas que ellos te vieran como un modelo al que imitar. Menos mal que eso solo lo veías tu, y no ellos. Nunca siguieron tus pasos, o patadas que es lo que dabas al caminar, yo me encargué de que no lo hicieran difuminando tus huellas. "Fumar mata" me recordabas cada vez que veías el paquete o yo lo cogía. No digo que no sea verdad, pero creo que el paquete y su pequeño mensaje te hicieron un favor. El paquete fue la excusa que pusiste para no reconocer que tu hacías lo mismo conmigo.
Tu "amor" por mí era igual o peor que el tabaco, y eso no me lo decías. Como el tabaco, era algo adictivo y tóxico. Tenía una apariencia atractiva y fumarlo te hacía sentir bien, o eso creías al consumirlo, pero al llegar a tus pulmones empezaba a verter mierda y a podrirlos de la peor manera posible. De la única manera en la que puedes destruir algo por completo: desde dentro.
El tabaco y tu tuvisteis una misma acción sobre mí. La diferencia entre ambos fue que él portaba un letrero vaticinando un posible y fatídico desenlace si lo consumía, y tu no. Tu me alertabas sobre él omitiendo que escondías la misma realidad bajo tu piel. Fumar mata, tu amor también, y esto último no me lo advertiste. Tuve que descubrirlo yo sola, y casi me cuesta la vida.
Me jodí los pulmones ¿sabes? Me jodí los pulmones con el puñetero tabaco, y me acordé de ti el día que la médica me indicó que tenía que dejarlo. Sus palabras fueron: "si no dejas el tabaco, pronto tendrás cáncer de pulmón", y mi pensamiento fue "me cago en ti", y con "ti" no me refería a la médica, me refería al "macho alfa, unga, unga".
Cuando llegué a casa te estabas duchando y nuestros pequeños estaban solos en el comedor. Me acerqué a ellos y volví a ver la cajetilla en la mesa, abierta. Le faltaban tres cigarros y aún quedaba humo en el comedor. Pronto comprendí que te habías fumado otro piti con nuestros hijos a tu alrededor, y no habías abierto las ventanas.
Nuestros hijos, mis hijos, estaban respirando el humo. Un humo tóxico como tú y tu amor. Corrí las cortinas, levanté las persianas y abrí las ventanas para que se fuera. El humo de tus cigarros estaba vertiendo mierda, y mis hijos la estaban recibiendo e inhalando, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que no erais atractivos sino adictivos.
El tabaco y tu no erais atractivos, porque ninguno de los dos me aportabais nada bueno. Él me mataba por dentro, y tú me matabas por fuera, aunque solo él era sincero conmigo. Cada cajetilla que me fumé contuvo un letrero y una foto en su exterior indicando que podía matarme. Un simple letrero. Dos palabras. FUMAR MATA. Tu, sin embargo, me dijiste muchas. Tuvimos miles de conversaciones y discusiones, y en ninguna fuiste tan directo y sincero como la cajetilla.
Fumar mata, tu amor también, y eso no me lo advertiste. Por eso, tanto tú como la cajetilla, habéis acabado fuera de mi casa. Y me gustaría decir que de mi vida también, pero en tu caso no puedo, porque siempre nos unirán los niños. Y solo los niños. Ahora los acuesto, los beso, y cambio la hora del piti por la del cuento de buenas noches.
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