Entra el pálido sol por la ventana, apenas se acaba de despertar ya que sus rayos son tenues y casi cristalinos. Recorren la habitación y mis ojos la recorren con ellos, hasta que llegan a tu pelo. Lo iluminan y continúan su camino. Yo, por el contrario, me quedo en él. Me detengo y lo observo. Y entonces veo que ha crecido bastante en estos últimos meses, que está más brillante que nunca, que has cambiado de champú porque ahora huele mejor.
Bajo y recorro tu rostro, y creo vislumbrar en él una pequeña sonrisa. Bueno o un murmullo, no estoy muy segura. Es que a veces hablas en sueños ¿sabes? Creo que nunca te lo he dicho. Eso sí, no me preguntes lo que sueles decir porque nunca te entiendo. Creo que tienes un lenguaje secreto que solo tu conoces.
Me gusta verte dormir. A veces te mueves y parece que bailas entre las sábanas, al compás de una extraña melodía. Tienes tus rarezas ¿vale? Eres peculiar hasta cuando duermes. Cuando te veo así me pregunto de dónde habrás salido. Eres tan...extraño, especial, único. A veces pienso que no te entiendo, y otras veces sé que no necesito entenderte. Que me gustas así, que me gusta abrazarte, me gustan tus rarezas y que parezcas de Marte.
Porque es que a veces diría que eres de otro planeta, que has llegado aquí y te has adaptado a nuestra loca vida terrícola, aunque guardas tu esencia marciana que te hace ver las cosas de otra manera. Para ti siempre hay tres caminos: el izquierdo, el derecho y el que tu te inventas. Y este último es siempre el más certero y conveniente.
En serio, no sé cómo lo haces, pero tampoco quiero que pares ni cambies. Contigo todo es fácil, mis problemas se vuelven pequeños; tus brazos, mi abrigo; tus palabras, mi consuelo y mi quimera de tanto en tanto; entiendes mi mundo, lo complementas y lo remueves a la vez. A veces desencajas el puzzle y me ayudas a formar uno nuevo, y eso me hace crecer y abrir la mente. Me descubres posibilidades nuevas, que hacen que parezcas de Marte y me entren ganas de besarte.
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