Catorce. Catorce de marzo. Catorce de marzo de dos mil veinte. Ese día mi madre recibió una llamada del centro de salud donde trabajaba. No tenía turno ese día pero necesitaban el máximo de sanitarios disponibles y la llamaron. Mi madre era médico, se dedicaba a salvar vidas. Mi padre y yo fuimos hasta la puerta de casa con ella, no podíamos salir. El gobierno había decretado el estado de alarma y solo se podía salir para ir al médico, comprar comida y sacar a nuestras mascotas. Por aquel entonces los que teníamos mascotas éramos unos privilegiados, ese día empecé a valorar más a Rico.
Cada vez que mi madre salía a trabajar me daba un vuelco al corazón. Tenía que ir. Formaba parte de aquel ejercito de superhéroes que nos estaban salvando de la muerte. Porque eso eran: superhéroes. En aquel momento las profesiones como futbolista, cantante, actriz,...Dejaron de ser las referentes para muchos niños y niñas, y profesiones como médicos, enfermeros, científicos, limpiadores,...Ocuparon su puesto. Los sanitarios nos estaban salvando la vida, cambiando capas por batas y antifaces por mascarillas (que por cierto, se volvieron valiosísimas y muy difíciles de conseguir).
Los ancianos fueron los que pagaron la mayoría de platos rotos, y es que aquella generación que venció y sobrevivió a una guerra, que luchó por conseguir la democracia y libertades de las que hoy gozábamos, estaba cayendo poco a poco. Las residencias se confinaron, perdieron a muchos de los suyos, y eran pocos los que podían asistir al entierro de sus seres queridos. Aquellos soldados, aquellas familias que sobrevivieron a las armas, al hambre y a la pobreza, estaban cayendo en masa frente a un bichito.
Un bichito, un virus que había paralizado a toda la humanidad. El confinamiento empezó en China, y poco a poco se fue extendiendo por Asia, Europa, América y parte de África. Se cerraron comercios, se cerraron bares, las reservas en hoteles descendieron. Se cerraron colegios e institutos, y algunas universidades empezaron a dar clases online. Hubo despidos, se cancelaron prácticas, nos familiarizamos con las palabras: ERTE, confinamiento, coronavirus y pandemia. Pero no todo fue malo, también aprendimos a pasar más tiempo en familia, jugando a las cartas, a los barcos, al parchís,...Haciendo videollamadas, practicando ejercicio. Aparecieron nuevas formas de dar clases, por correo, dando clases online, integrando a los profesores en grupos de whatsapp,... Cambiamos la forma de trabajar y de relacionarnos.
Nos pidieron que guardáramos una distancia mínima de seguridad de un metro. A nosotros. A un país que se saluda dándose dos besos. Un país que se felicita dando abrazos. Un país en el que nos presentamos, o cerramos un acuerdo, con un apretón de manos. Un país fraternal y afectuoso donde nos gustaba achucharnos y caminar de la mano. En ese momento nuestras manos las cubríamos con guantes de látex o polivinilo, nuestros labios (que tanto usábamos para besarnos) los cubríamos con mascarillas, y fuera de casa no nos abrazábamos ni nos besábamos.
El país escuchó al gobierno, y respondió a su petición. La mayoría nos quedamos en casa, pero no de brazos cruzados. Nos quedamos escribiendo, haciendo tutoriales para entretener a pequeños y mayores, componiendo canciones, haciendo directos de Instagram, compartiendo juegos y actividades con nuestras familias, y acudiendo cada día a una cita nacional que los ciudadanos acordamos. Y es que cada día a las ocho de la tarde, todos salíamos a nuestros balcones y ventanas a aplaudir a los que nos estaban salvando a todos. A los trabajadores de supermercados y tiendas que abastecían a la población para evitar mayor desastres, a los hosteleros que daban de comer a sanitarios y necesitados, a los presentadores de televisión que nos entretenían cada día haciendo que el confinamiento fuera más ameno, a los periodistas que nos informaban de cada noticia en telediarios y periódicos, así como a toda su redacción. A todas las empresas que habían cesado su actividad para ponerse al servicio de los ciudadanos, haciendo mascarillas, pantallas,...A todos los empresarios y famosos que habían donado dinero para la investigación o creación de recursos contra el coronavirus, al sector farmacéutico que aguantaba en primera línea. A todos aquellos ciudadanos que, de una manera u otra, estaban aportando su granito de arena para luchar contra el ya conocido como COVID-19 y sus consecuencias. A sanitarios como mi madre, una médica que se dedicaba a salvar vidas. Y así fue como nos dimos cuenta de que nuestros verdaderos héroes no llevaban capa, llevaban bata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario