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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

jueves, 26 de marzo de 2015

Pero no cambió nada

Y se quedó allí. Sentada, esperando que algo pasara, pero no pasó nada. No cambió nada, ni los días se volvieron menos grises ni sus ojos menos oscuros. Ni siquiera la lluvia cesó. Estaba sentada en la acera, con la mirada perdida, pensando. Pensando en todo, y en nada a la vez.

No llevaba paraguas, pero tampoco quería llevarlo. Quería sentir la lluvia, su olor, las gotas por su cara,...No quería volver a casa, solo estar a solas consigo misma, encontrarse, entenderse. Relajarse y dejar de oír, aunque fuera tan solo por un segundo, esa voz en su cabeza que le daba vueltas a todo. Esa voz que no paraba de hablar y de chillar. Esa que a veces se volvía asfixiante, y le repetía una y otra vez todos sus grandes errores.

Respiró hondo y cerró los ojos. Dejó la mente en blanco, era como si estuviera viendo un folio o un lienzo en blanco. Y no quería pintarlo, solo mirarlo y relajarse. Olvidarse del mundo, de la gente, de los problemas, de las obligaciones,... Olvidarse de todo, de todos, y relajarse.

Era como abrir un paréntesis, como entrar en una burbuja personal en la que aislarse del mundo. En la que poder pasar unos minutos a solas, sin gente, sin ruido.

Las gotas de lluvia le resbalaban por sus mejillas, por su pelo; otras caían directamente por sus rodillas y piernas hasta caer por sus pies. No llevaba el móvil, solo sus llaves en el bolsillo de sus vaqueros.
No había nadie por la calle, y se estaba calando, se estaba calando hasta los huesos. Pero hacía calor, y no tenía frío.


Se quedó allí un buen rato. Las nubes se volvían más grises y sus ojos más oscuros, más hundidos, más tristes y apagados. Estaba cansada. Era como si todo hubiera terminado de repente, como si tuviese que pasar algo que nunca iba a llegar, como ver una película y que en el último momento se vaya la luz y te perdieras el final, como si no te leyeras el último capítulo del libro o no vieras el final de una serie que has seguido durante meses o años.

 
Y esa lluvia representaba eso, ese final que no llegaba o que era inesperado. Era como luchar por algo y cuando crees que va a pasar algo increíble e impresionante, no pasa nada. Y tu te preguntas ¿ya está?¿esto es todo?¿no hay más? Y te das cuenta de que no, no hay más. Se acabó. Sigue lloviendo, pero no, ya no hay nada.


Seguía sentada, pero no sentía nada, solo la lluvia, las gotas que le resbalaban por sus mejillas.

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