Datos personales

Mi foto
Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

viernes, 30 de agosto de 2013

Huellas

En una noche de verano, ahí comienza esta historia.
Una noche de verano, calurosa, pero no demasiado.
El mar, la brisa, la arena de la playa, un cielo lleno de estrellas,...y Laura. Laura caminando descalza por la playa, sintiendo como sus pies se hunden en cada pisada que da, dejando que la arena se cuele entre sus dedos. Arena fría, arena de pequeños granos que acarician sus pies; y un poquito más lejos, delante de ella, el mar. El inmenso mar azul. Tranquilo, apaciguado, con sus olas que vienen y van, que acarician las extremidades de la arena, que besan los labios de la playa con su suave tacto y su delicada humedad, que moja sus orillas.
Laura tranquila, serena, escuchando las olas del mar, cómo unas rompen en los arrecifes y cómo, otras, besan la playa; y mientras, ahí está ella, disfrutando de la brisa marina y dejando sus huellas a orillas del mar, unas huellas que apenas duran unos segundos, los mismos que tarda la próxima ola en alcanzar la costa. De vez en cuando echa la vista hacia atrás para ver cómo las olas se llevan sus huellas, cómo, por mucho camino que hagamos, por muy lejos que lleguemos; nuestras huellas no son eternas, porque, cómo las de los pies de Laura, al final, se borran.
Otra noche más, se viste y se calza sus sandalias, sale a la calle y toma la misma dirección que ha estado tomando estos últimos meses: hacia la playa.
Una noche más cruza un par de calles, baja unas escaleras, y se plata allí, en la playa, enfrente del mar. Se sienta en la arena y observa el mar. Un mar diferente al de otras noches, ya que cada noche, es diferente.
La de hoy es una noche llena de estrellas, y el mar esta más claro que nunca, la luna se refleja en él perfectamente, aparece en el cielo acompañada de toda una corte de estrellas, que la rodean haciéndola sentir que es el centro de atención, que es el centro del cielo; y justo en ese momento, cuando Laura está inmersa en ese paisaje, en el mar; aparece él, Miguel. Miguel aparece por detrás y le pregunta si puede sentarse a su lado, ella responde que sí. Y así transcurre la noche. Ambos sentados uno al lado del otro observando el mar, el horizonte, y hablando sobre ellos mismos. El mar dibujando sus olas y besando la playa mientras ellos lo observan y entablan una conversación, una conversación sobre sus gustos, aficiones,...mientras caminan, caminan por la orilla de la playa, dejando sus huellas juntas, las de uno al lado de las de la otra; y entre palabras y huellas, se les pasa la noche, una noche que ambos acaban con la sensación de que se conocen de toda la vida, pero que, a su vez, quieren seguir conociéndose más.
Y entre tanto conocerse, se pasa el verano y llega septiembre. Un septiembre con sabor melancólico, ya que significa decirse adiós. A Laura le dan una beca para estudiar y decide aprovecharla, así que se marcha.
Su sueño es ser A.T.S. (Auxiliar Técnico Sanitario), siempre ha querido serlo, y debe irse para terminar su carrera. Laura se va, pero Miguel se queda. Debe quedarse porque está trabajando en un bar y no quiere perder su empleo.
Laura comienza un nuevo curso y se centra en sus asignaturas, Miguel y ella pierden el contacto. Poco después de instalarse en su nuevo piso, le manda una carta a Miguel para decirle que está bien y que quiere que sigan hablando. Miguel, ilusionado, le responde y se envían cartas todos los días, contándose todo lo que van haciendo, lo que les acontece,...y todos los detalles de sus nuevas vidas, lejos, el uno del otro.
A Miguel lo despiden porque no hay faena y empieza a sacarse un curso de mecánica. Ambos siguen estudiando y manteniendo el contacto. Miguel debe marcharse a otra cuidad para continuar estudiando y pierde la dirección de Laura. Ella le manda cartas a su antigua dirección, pero no recibe respuesta, ya que él no se encuentra allí y no puede leerlas.
Miguel va cada verano por allí, hasta que un año, Laura aparece. Se reencuentran, y vuelven a quedar. Y una noche verano, una de muchas otras que pasaron juntos, vuelven a la playa, a esa playa que guarda dulces recuerdos. El mar vuelve a besar la orilla, la brisa vuelve a acariciar sus cuerpos, sus pies vuelven a perderse entre los granitos de arena,...pero esta vez, y sólo por esta vez, unas manos se entrecruzan, y mientras los labios del mar besan la orilla, otros labios se besan más profundamente. La brisa ya no es la única que acaricia sus cuerpos, ya que son éstos los que se encargan de acariciarse mutuamente. Las olas del mar rompen en los arrecifes, y su amor rompe en sus bocas, salpicando pequeños besos, unos besos que sí dejarán huella, andemos mucho o poco; unas huellas que quedaran en el recuerdo. Porque las huellas, con el paso del mar, se borran; pero los recuerdos, aunque haya levante, permanecen siempre intactos.

lunes, 26 de agosto de 2013

Rita

Otra vez llega de madrugada, riéndose, fumada, y ¿cómo, no? También ha bebido, como de costumbre. Da un portazo nada más entrar. Natalia, su madre, la oye llegar.
-¿Qué horas de llegar son éstas?-Le pregunta.
-Déjame mamá, ya soy mayor de edad-responde Rita a gritos.
-Me da igual Rita, sigues viviendo en mi casa y no puedes llegar a estas horas y menos así.-Le riñe Natalia-Además, no grites, Nico esta durmiendo.
-A mi hijo no lo metas en esto-Protesta Rita.
-Si quieres que no le meta empieza a comportarte como su madre.
Rita resopla y se va a ducharse. Natalia se acuesta a dormir. A la mañana siguiente:
-Rita despierta, me tengo que ir a trabajar-le dice Natalia.-Nico esta durmiendo, volveré a las dos.
-Que sí, que vale-Dice Rita intentando quedarse dormida otra vez.-Vete ya y déjame dormir.
Natalia se va y Nico empieza a llorar. Rita se levanta y va a sacarlo de la cuna.
-Hola cariño, buenos días-dice Rita mirándole. Lo abraza y le da un beso.
Lo lleva a la cocina, se prepara el desayuno y le da el biberón. Rita lo deja en la cuna, se asea, limpia la casa,...Suena el interfono y va a ver quién es. Flavio.
-Rita soy yo, abre que tengo mercancía fresca-Le pide Flavio.
Rita abre la puerta con Nico en brazos.
-Hola Nico-le dice Flavio haciéndole una carantoña al pequeño, después mira a Rita-Mira lo que te he traído.-Le dice mostrándole una pequeña bolsa.
-¿Qué me has pillado hoy?¿Marihuana?¿Anfetaminas?-pregunta Rita ansiosa, como cualquier yonki esperando sus dosis diaria. Una yonki, eso es lo que era aunque no quisiera reconocerlo.
-Mejor, cocaína.-Responde Flavio entusiasmado-Y de la buena, ¿eh?
Rita alarga una mano para cogerla, pero Flavio la aparta de su vista.
-Eh, eh, eh, espera un momento, antes lo mío.
Rita busca su bolso y saca su cartera, después de rebuscar en ella saca treinta euros y se los da a Flavio.
-Toma, es todo lo que tengo.
Flavio lo coge y le dice:
-Gracias Rita, un placer hacer negocios contigo. Cuando quieras más ya sabes, una llamada y listo.
Le hace otra carantoña a Nico y se va. Rita entra en casa, deja a Nico en el parque y se jala la cocaína, toda de una vez. Cae al suelo y empieza a respirar muy fuerte. Le esta dando un infarto, en ese momento llega Natalia.
-Hola Rita, ya he llegado.
Nico empieza a llorar y Natalia va a cogerle en brazos. Entra al comedor y se encuentra a Rita tumbada en el suelo, inconsciente. Natalia calma a Nico e intenta reanimar a Rita, pero no lo consigue, así que llama al 112 y pide una ambulancia. Veinte minutos más tarde, la ambulancia se lleva a Rita al hospital, con Natalia y Nico como acompañantes. Rita está en la camilla tumbada, inconsciente, mientras un médico le hace el boca-boca y otro intenta reanimarla.
Ya en el hospital le ponen un gotero y consiguen extraer toda la droga de su cuerpo. Mientras, Natalia y Nico esperan a que salga un médico que les informe del estado de Rita.
Una hora más tarde sale un enfermero.
-¿Los familiares de Rita Sáez?-pregunta.
Natalia se levanta con Nico en brazos y se acerca al enfermero.
-Somos nosotros.-Le contesta muy preocupada.-Rita es mi hija. ¿Cómo está?
-Bueno, hemos tenido que ponerle un gotero, pero ya se encuentra fuera de peligro.-Responde el enfermero.
-¿Podemos verla?-pegunta Natalia de nuevo.
-Sí, suba. Esta en la habitación 310.
Natalia sube con Nico en brazos y traquea la puerta. A continuación, entra. Rita está durmiendo y Natalia se sienta en una silla que hay en la habitación. A la hora, Rita se despierta y Natalia corre a abrazarla. Rita abraza a Nico y le da un beso a Natalia. Tras una semana, Rita recibe el alta y se va a casa.
Al día siguiente Natalia se va a trabajar.
-¿Seguro que no quieres que me quede?- le pregunta a Rita-Mira que no pasa nada, yo llamo al trabajo y ya está.
-Que no mamá, de verdad no te preocupes,-le dice Rita intentado tranquilizarla- yo me quedo aquí con Nico, no nos va a pasar nada. Vete tranquila.
-Vale.-asiente Natalia con la cabeza-Pero si pasa cualquier cosa me llamas.
Natalia le da un beso a Rita y a Nico, y se va. Rita le prepara un biberón a Nico y se lo da en el sofá. Limpia la casa, se asea, y prepara la comida. A mediodía traquean la puerta, Rita va abrir, es Flavio.
-Mira lo que te he traído hoy,-le dice mostrándole una pequeña bolsa con hojas-marihuana.
-Flavio no.-le dice Rita firmemente-Después de lo que me ha pasado no quiero saber nada más de las drogas.
-Venga Rita, ¿es que has encontrado un camello más barato? Puedo hacerte una rebaja.
-No, no es por el precio. Es que no quiero volver al hospital, no quiero que me vuelva a pasar lo mismo. Ahora lo veo todo claro Flavio, no quiero seguir en ese mundo. Quiero cuidarme, por mí, por mi Nico y por mi madre.
-Esta bien Rita,-le contesta Flavio.-espero que te vaya muy bien.
-Gracias, igualmente.
Y así, Rita se despide de Flavio y de las drogas.

jueves, 22 de agosto de 2013

El amor de un padre

Las personas le debemos la vida a nuestros padres, bueno más bien a nuestra madre, pero en mi caso a los dos por partes iguales: la primera, a mi madre, y la segunda, a mi padre. Me llamo Elena y ésta es mi historia.
Todo comenzó un día de verano, me encontraba muy cansada y decidí acostarme un rato. Después de estar un rato tumbada empezó a subirme la fiebre. Pasé varios días con dolores musculares y unas fiebres muy altas, me costaba respirar y me sentía débil, muy débil. Por las noches sentía escalofríos y me dolía mucho la garganta, era como si me picara por dentro y no pudiera rascarme.
Una noche era ya insoportable, el dolor y el picor eran superiores a mí y a mis fuerzas, así que mis padres decidieron llevarme al médico. De camino al hospital me iba irritando cada vez más, mi madre me daba agua, pero eso no conseguía apaciguar mi picor; además, empecé a tener dificultades para respirar.
Entramos por urgencias al hospital, y pronto nos atendió una enfermera. Nos llevaron a una habitación del hospital, y enseguida vino la doctora. Me examinó y me mandó unas pruebas. Mi madre le preguntó, muy preocupada, qué tenía, qué pruebas me iban a hacer,...y más preguntas por el estilo.
La doctora le dijo que no estaba segura de lo que tenía y que por eso tenían que hacerme esas pruebas. Como ya era tarde, tuve que pasar la noche allí, en el hospital. La primera de muchas otras.
Al día siguiente mis padres llegaron temprano para saber que me pasaba y cómo estaba. Llegaron, me dieron un abrazo, dos besos, me preguntaron cómo estaba,...pronto fue llegando más gente; mis tíos, mis abuelos, mis primos, amigos de la familia, amigos del instituto,...Todos preguntándome cómo estaba, cómo había pasado la noche,...Pronto llegó una enfermera junto con la doctora y unos papeles en las manos. Les pidió a todos que salieran de la habitación, excepto a mis padres. Cuando todos se fueron nos dio la noticia, la fatal noticia: tenía cáncer. 
En ese momento se me cayó el mundo encima. Me puse a llorar. Mi madre me abrazó muy fuerte y mi padre le preguntó a la enfermera si se podía hacer algo y cuando se podía empezar. Ella le contestó que me iban a dar quimioterapia y que a lo mejor más tarde necesitaría algún trasplante o alguna transfusión de sangre, pero que sería fácil encontrar algún donante.
Dos semanas más tarde necesité mi primera transfusión de sangre. Normalmente esto se pide a un banco de donantes; mi padre era donante y, tras hacer unas pruebas, nos dimos cuenta de que éramos compatibles. Él me dio la sangre. Al principio, esto fue una tranquilidad y una gran alegría, pero pronto dejó de ser así.
Más tarde, necesité médula ósea, más sangre, glóbulos blancos, glóbulos rojos, plaquetas, un riñón,...
Recuerdo nuestra primera intervención, y digo "nuestra" porque era de mi padre y mía. Estaba muy asustada. Antes de entrar al quirófano nos acostamos en unas camillas, y en la puerta del quirófano mi padre me dio la mano y me dijo: "No te preocupes princesa, todo saldrá bien, ya lo verás". Y así fue, todo salió bien, muy bien.
Tuvimos varias operaciones, mi padre siempre decía que las operaciones eran de los dos, que era algo nuestro y solamente nuestro, de mi padre y mío; pero acabó pronto, pronto pasaron de ser nuestras operaciones a ser sólo las mías.

Un día mis padres vinieron a visitarme y, al salir del hospital, el médico los llamó para hablar con ellos. Yo no estaba, pero me lo contaron más tarde. El médico reunió a mis padres en su consulta y les dijo que mi corazón había sido afectado por el cáncer y que necesitaba un trasplante de corazón. Desgraciadamente, en el banco de donantes fallecidos no había ningún corazón. Mis padres entraron en la habitación para despedirse de mí y se fueron a casa, no me contaron nada.
Ese mismo día, por la tarde, reunieron a toda mi familia en el hospital: mis abuelos, hermanos, tíos, primos, primos segundos, tíos abuelos,...Todos, absolutamente todos, reunidos en la sala de espera preguntándose por qué los habían citado allí.
Mi madre estaba pegada al brazo de mi padre, llorando. Mi abuelo preguntó si había empeorado, y mi padre les pidió que se sentasen.
"Todos sabéis que Elena está enferma,-les dijo mi padre- que tiene cáncer y necesita trasplantes."- todos asintieron y mi padre prosiguió- "Hasta ahora he sido yo el que le ha estado dando todo lo que necesitaba. Ahora necesita un corazón, y se lo voy a dar".
Todos empezaron a llorar, ya que si mi padre me daba su corazón, moriría.
Mi padre les dijo que era una decisión que había tomado él sólo y que no había posibilidad de echarse atrás, que eso era algo ya más que asumido. La intervención sería al día siguiente, por la tarde.

A la mañana siguiente mis padres vinieron a verme y mi padre me dijo que tenía que hablar conmigo muy seriamente. Le pregunté si necesitaba algún trasplante más, y él, muy serio, me respondió que sí. "Princesa, necesitas un trasplante de corazón, y te lo voy a dar" me dijo. En ese momento se me vino el mundo encima, me puse a llorar y a abrazar a mi padre muy fuerte. Le dije que no, que si me lo daba se moriría y que yo no quería matarlo; pero él me dijo que no me sintiera así, que yo no le iba a matar, él iba a dar su vida por mí, me la iba a dar a mí.
Esa tarde me preparé para la operación. Estaba muy triste, mi padre iba a morir. Antes de entrar al quirófano le di un abrazo y un beso muy fuerte.
Entramos al quirófano los dos juntos, uno al lado del otro, en dos camillas diferentes, pero después de la operación sólo salió una,... la mía.
Nada más salir me eché a llorar, mi madre me dio un abrazo y un beso muy fuerte, el más fuerte que me ha dado en la vida; también me dio una carta, una carta que me escribió mi padre antes de morir. Cuando llegué a mi habitación le pedí a mi madre que saliera un momento, y la leí:

"Querida Elena, si estás leyendo esta carta es que la operación ha salido bien, que tu cuerpo ha aceptado mi corazón, y que estás viva; lo que quiere decir, también, que yo he muerto. No quiero que estés triste, no quiero que sufras por mí ni que te sientas culpable, porque no lo eres.
Un padre es capaz de todo por sus hijos, cuando seas madre lo entenderás, de todo, hasta de dar su vida, y eso es lo que yo he hecho, darte mi vida. No me has matado, yo te he dado mi vida, que no es lo mismo, quiero que lo tengas claro. También quiero que sepas que he dejado todos mis órganos, toda mi sangre y toda mi médula ósea a tu disposición, tienes todo mi cuerpo para ti y sólo para ti. Cada vez que necesites algún trasplante o alguna transfusión de sangre, recibirás mis órganos y mi sangre, llevarás mi cuerpo.
Seguro que ahora mismo estás llorando, te conozco, pero no sigas llorando mi princesa, mi alma está a tu lado, siempre lo estará, y mi cuerpo te acompañará el resto de tu vida, puesto que será tu cuerpo. Los padres siempre llevan a sus hijos en el corazón, ahora eres tú la que lleva mi corazón, ahora empieza tu nueva vida, una vida en la que siempre te acompañaré, así que, cuando me eches de menos y quieras sentirme cerca, sólo tienes que ponerte la mano en el pecho y sentir tu corazón, nuestro corazón.
Piensa que en esta nueva vida vamos juntos, así que prométeme que serás feliz por los dos.
Te quiero mucho Elena, mucho.Un beso mi princesa."

Y así fue, me dio su corazón, y fue en ese momento cuando me hice una promesa, la misma que le había hecho a mi padre: sería feliz, sería feliz por los dos. Mi padre había muerto, pero, cómo él mismo me dijo, no se había ido; estaba conmigo, está conmigo, y siempre lo estará.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Empezar de cero

Todo se había acabado, todo era diferente, ya nada tenía sentido; estaba viviendo en una realidad diferente, una realidad trasladada del pasado, era como si estuviera atrapada. Los años pasaban y ella seguía pensando en lo mismo, en el mismo, Iván. Se dio cuenta, lo sabía, Iván era ya un tema absurdo para ella; nada podía hacer, sólo rallarse la cabeza, así que decidió olvidarle, pero olvidarle de verdad.
Sacó su caja de recuerdos y tiró todos sus regalos, todas sus cartas, todas sus fotos, borró su número de teléfono de su agenda,...se deshizo de todo lo que le recordaba a él. Hizo una limpieza muy grande, debía hacerla, debía cambiar hasta ciertos hábitos que tenía y estaba dispuesta, muy dispuesta.
Ahora lo tenía claro, saldría de ese mundo sin sentido en el que estaba viviendo, no iba a ser fácil, nadie dijo que lo fuera a ser, pero tenía ilusión, ganas,...eso es, ganas, ganas de empezar de cero, de salir con gente nueva, de centrarse en sus estudios, en sus amistades y en su familia. De olvidarle, de no verle, pero no porque le odiara o porque le cayera mal, sino porque sabía que cuanto más le viera, cuanto más le hablaran de él o de su entorno, más difícil le sería salir de ese mundo en el que había quedado atrapada.
Debía y quería olvidarlo, tan simple y a la vez tan difícil. Tan simple porque era sólo una persona, una persona a la que ya casi no veía; y tan difícil por todo lo vivido y sentido. Lo había intentado ya dos veces, pero esta vez sería la definitiva, sería la última.
Había hecho de él su mundo, pasaba todo el día pensando en él; pero todo eso se iba a terminar.
Se dio una ducha de agua fría y salió a la calle a despejarse, dio un paseo por la ciudad, evitando todos aquellos lugares que le recordaban a él, a Iván.
Por el camino se encontró con Maka, que iba a recoger un pantalón que había dejado su madre en la modista para que lo arreglara, y decidió acompañarla. Después de recoger el pantalón fueron a comer juntas. Una ensalada, unos macarrones a la boloñesa, un par de coca-colas, un café, una despedida, dos besos,...Volvió a su casa, sus padres estaban durmiendo la siesta, así que entró sin hacer ruido. Se acostó a dormir la siesta en su cuarto, ya que los sofás ya estaban ocupados, por sus padres evidentemente. Antes de quedarse dormida se quedó mirando al techo, no quería recordarlo, pero cada vez que se quedaba sola o que no tenía nada que hacer, no podía evitar acabar pensando en él, en Iván; por eso siempre intentaba estar ocupada, hablando con la gente, escuchando música que no le recordara a él, viendo la tele,...Y empezar de cero, eso era lo que quería. Olvidarlo y centrarse en su vida, sin él, como tenía que ser.
Pasaron los meses y ya ni se acordaba, procuraba tener la mente ocupada en otras cosas, por la noche se dormía escuchando música, le ayudaba centrarse en las historias que contaban esas canciones, historias que no se parecían en nada a la suya, a la que había estado viviendo; ya que se había decidido a empezar otro capitulo de su vida, de cero, otra historia, otras canciones. Canciones de Dani Romero, José de Rico, Xriz,... Canciones diferentes, canciones para olvidar. Lugares nuevos de la ciudad, recorridos más largos para llegar a su destino, sin pasar por ciertos sitios que habían marcado esa época que quería olvidar. Todo su tiempo libre, de ocio; ocupado en diversas actividades para mantener la mente ocupada: escuchar música, leer, ver la tele, quedar con Maka y otras amigas,...
Una noche, Maka la llamó para salir, fueron a cenar a un bar que había cerca de la casa de Maka y después a tomar unas copas. Allí conocieron a un par de chicos, Ander y Maikel. Empezaron a hablar, a tomarse una copa, dos, se dieron los teléfonos...
Al día siguiente Maikel la llamó para quedar, le había gustado. Empezaron a salir, a conocerse más y acabaron enamorándose.
Ahora sí, definitivamente, había dejado atrás una época y había empezado de cero, había empezado otra época, otra aún mejor.

lunes, 19 de agosto de 2013

Adai

Orihuela, calle Duque de Tamames, tres de la mañana.
Un par de chavales vuelven del botellón entre risas y altas voces, ebrios, por supuesto. Él, Adai, duerme entre cartones recostado en un contenedor. Los chavales lo ven y empiezan a reírse de él, a continuación se disponen a propinarle varias patadas. Dos policías aparecen para disuadirlos. Uno de ellos se lleva a los chavales y les hace subir al coche para llevarlos a sus casas, el otro se acerca a Adai:
-¿Otra vez aquí Adai?- Es Tristán, ya se conocen.
-¿Y qué quieres que haga? Estoy solo y lo sabes. Mi Lucía murió y el banco me embargó el piso hace tres meses, no tengo a donde ir.
-¿Por qué no te vas a una residencia?
-¿Para qué?¿Para que un par de desconocidos tengan una carga más? Porque eso es lo que soy, una carga.
-No digas eso, eres una persona. Además, en esos sitios se dedican a eso. Vas a estar muy bien.
-No quiero pasar mis últimos días en un sitio con un par de desconocidos.
-¿Y prefieres vivir entre cartones?
-Sí. Déjame, es mi vida y la viviré como yo quiera.
-Esta bien, haz lo que quieras. Cuídate Adai.
Los dos policías se alejan.
-¿Conoces a ese hombre?-Le pregunta Alfonso, el nuevo policía, a Tristán.
-Sí,-le contesta Tristán-lamentablemente sí. No me malinterpretes, Adai es muy buena persona, ya quisieran muchos ser como él, pero es muy triste verlo así. Es mayor y está sólo. Lleva tres meses viviendo aquí, en la calle, entre cartones y se empeña en quedarse. Lo más triste es que sus hijos no quieren hacerse cargo de él.
-Pobre hombre.-contesta Alfonso-Es triste que personas mayores acaben así; y más cuando tienen hijos.
-Lo peor no es que esté en la calle, lo peor es como lo trata la gente. Por la mañana los niños pasan por aquí con sus padres para ir a la escuela,-explica Tristán-los niños se fijan en él, lo señalan, hacen preguntas a sus padres, cuchichean,...y bueno, ellos son niños, no saben lo que hacen; sus padres les riñen, como es natural, pero también le miran mal, como si fueran malas personas ¿y sabes qué te digo? Que hay mucha gente que va mucho más presentable, de chaqueta y corbata, con sus coches, su ropa de marca, su trabajo, y toda su tontería, que valen mucho menos que él.
Adai vuelve a colocar los cartones a su alrededor, tapándose y se queda dormido.
Es un hombre de setenta años que se ha quedado en la calle. No es mala persona, pero lleva mucho dolor dentro. Se casó con Lucía hace ya muchos años y tuvieron dos hijos: Ginés y Jairo.
Éstos aprovecharon para apoderarse de la herencia de su madre dejando a su padre solo.La casa de Lucía y Adai estaba sin terminar de pagar, aún les faltaban algunos años, pero la pensión de Adai no era suficiente para esto, y así acabó en la calle.
A la mañana siguiente Tristán y Alfonso, vestidos de paisanos, recorren las calles de Orihuela, no están de servicio.
-¿Y no sería más fácil ir directamente a la calle Duque de Tamames?-Le pregunta Alfonso a Tristán.
-No, Adai no es hombre de pasar los días mano sobre mano. No tiene casa y vive en la calle, pero todas las mañanas se levanta al alba y echa andar. No tiene rumbo fijo, o al menos nunca va al mismo sitio, eso si, cuando quiere se pega unas caminatas...La semana pasada lo encontré al alba en el barrio de San Antón, durmiendo entre los autocares del colegio Santo Domingo.
-Jolín, pues para ser  mayor, corre que se las pela.-Le contesta Alfonso.
-No, pero él no tiene obligaciones, no tiene que darle cuentas a nadie, y se recorre Orihuela de punta a punta, así mata el tiempo.
-¿Y qué hace cuando tiene hambre?-Le pregunta Alfonso.
-Ese es más pillo. -dice Tristán- Se va a la plaza San Sebastián, al convento, y las monjas siempre le dan algo.
-Al menos no pasa hambre.
-No, se las sabe arreglar. A veces se cuela en el palacio del agua para asearse allí, come de la caridad de las monjas, se entretiene dando largos paseos, los martes cuando recogen el mercado se lleva lo que la gente tira... A veces se queda ayudando donde las monjas o por las iglesias y así se gana unos duros.
Los policías se acercan por el convento y ven a Adai recoger la comida que le da una monja. Éste los saluda y se pone a comer en un banco del parque que hay enfrente del Telepizza. Termina su comida,no deja ni una migaja, tira los papeles a la papelera y sigue su camino con su botellín de agua en la mano.
-¿Lo volveremos a ver hoy?-Pregunta Alfonso.
-Lo más probable, siempre me lo encuentro dos o tres veces al día.
-¿Por qué no hacemos algo por él?¿Por qué no le buscamos un trabajo y un techo?
-No es tan fácil.-contesta Tristán-Ya sabes cómo están las cosas hoy en día para encontrar un trabajo; además, tiene setenta años, está jubilado.
-¿Y no tiene ninguna pensión de viudedad o de jubilación?-Pregunta Alfonso.
-No, parece que no. Antes las cosas no eran como ahora, quizás, aunque trabajara, no cotizó nunca a la seguridad social.-Responde Tristán.-Y en cuanto a lo del techo, ¿donde lo metemos? Si no quiere ir a ninguna residencia y no tiene a nadie.
-¿Y si hablamos con alguna parroquia para que le den cobijo o algo de trabajo? A lo mejor pueden hacer algo por él.-Pregunta Alfonso.
-Sí, eso sí podemos hacerlo.
Esa misma tarde Alfonso y Tristán se van a visitar parroquias mientras hacen su ronda. Acaban en San Vicente Ferrer, donde, hablando con el párroco, consiguen que le den trabajo a Adai. Más tarde van a buscarlo.
-Míralo, ahí está.-Dice Alfonso.
-Adai ven, tenemos que hablar contigo-Le dice Tristán a Adai.
-Ya os he dicho que yo a una residencia no voy, así que si habéis venido a convencerme perdéis el tiempo.-Contesta Adai a la defensiva.
-Que no, mira que te gusta discutir. Sabes que yo lo que te digo, te lo digo por tu bien, aunque algunas cosas no te gusten.-Explica Tristán-Hemos pensado que podrías ir a alguna parroquia para que te den cobijo, algo que hacer para que no te pases el día mano sobre mano, o yendo de un lado para otro.
Adai mira a Tristán, mira a Alfonso, y posa de nuevo su vista en Tristán.
-Al fin dices algo coherente.-le contesta a Tristán, y mirando a Alfonso añade-Gracias hijo, porque seguro que has sido tu el que le ha hecho entrar en razón.
Ambos policías se ríen y acompañan a Adai a la parroquia San Vicente Ferrer. Tristán se acerca y le pregunta a una catequista por el párroco, éste aparece y ambos le explican la situación. Después de una larga conversación, el párroco decide darle trabajo a Adai a cambio de una remuneración mensual.
Adai debe limpiar toda la iglesia cada día al acabar la misa de doce del medio día, y después de la de las siete de la tarde; ayudar a pasar el cepillo, ayudar al párroco a prepararse para la eucaristía y poco más.
Al día siguiente, al salir del trabajo, Adai se encuentra con Tristán y Alfonso.
-¿Cómo vas, Adai?-Le pregunta Tristán.
-Bien, mejor que nunca, sólo tienes que mirarme. Voy arreglado y aseado, más que antes, y ya no vivo entre cartones.-Responde Adai-Gracias.
-No hay de qué,-dice Alfonso- somos policías y nuestro deber es velar por el bienestar de los ciudadanos.
-Me alegro mucho por ti, de verdad-dice Tristán.
-No en serio, sin vosotros no hubiera podido salir de la calle, seguiría viviendo entre cartones, llorando y temiendo al mundo.-Explica Adai.-Gracias a vosotros me siento útil, tengo trabajo y ya no vivo en la calle.
-Bueno, ¿y dónde vives?-pregunta Alfonso.
-He encontrado un pequeño piso cerca de la parroquia y estoy viviendo allí de alquiler.-Contesta Adai, muy orgulloso y feliz.
-Pues espero que te vaya muy bien Adai.-Le desea Tristán.
-Sí, que te vaya bien ,y ya nos veremos.-Le dice Alfonso.
-Ojalá, y muchas gracias por todo-contesta Adai.-Ya nos veremos.
Los dos policías se van, y Adai sigue su camino.

viernes, 16 de agosto de 2013

Día de playa

Se despertó a las siete de la mañana con el ruido del despertador. Un desayuno con tostadas con tomate y queso, un zumo de naranja recién exprimido y un tazón de leche fría. Cinco minutos para lavarse los dientes y derecha al armario; un bikini de leopardo, uno azul cían, uno rojo liso, bikinis con flecos, con volantes,...
Al final se decidió por el rojo liso, unas chanclas de dedo negras, una toalla de la coca-cola, regalo de un proveedor del bar de su padre donde ella trabajaba de camarera, sus gafas de sol, su bolsa de playa, su libro, protector solar y su sombrilla.
Nerea dio un pequeño paseo hasta la playa, clavó la sombrilla y se tumbó en la arena. Se echó el protector solar y se puso a leer. Una página, otra,...así hasta dos capítulos. Un refrescante baño en el mar, nadar de un litoral de la playa a otro, paseos de una punta a otra, tiempo para tomar el sol, un bocadillo de atún, una coca-cola,...y todo eso desde las ocho de la mañana hasta la una y media.
Lo recogió todo, subió a su piso y se dió una ducha fría; salió con su batín blanco, sus zapatillas azul cían y su melena suelta hacia su habitación.
Se puso un sencillo vestido blanco de tirantes estrechos hasta la mitad de los muslos; y sus sabrinas blancas, su pelo castaño y rizado al viento, con dos pequeños mechones a los lados recogidos hacia atrás.
Fue hacia la cocina, pronto llegarían sus amigos a comer y debía prepararlo todo. Dos fuentes de ensalada de pasta con espirales, huevo duro cortado en trozos, olivas, jamón y queso cortado en tacos; dos platos de queso fresco y aceite, dos platos de jamón serrano, un vino tinto y una barra de pan. Pronto llegaron los invitados: Micaela, Inés, Samuel, Nico, Lara y Mario.
Prepararon la mesa todos juntos y se dispusieron a comer entre risas y conversaciones entretenidas. Micaela trabajaba en un bufete de abogados y acababa de coger quince días de vacaciones que quería aprovechar para ir a ver a familiares y amigos. Inés se había quedado sin trabajo, pero su hermana había dado a luz hace poco y, como ésta tenía que trabajar, Inés cuidaba de su sobrina entre semana. Samuel trabajaba en un chiringuito en la playa. Nico era profesor, y daba clases de verano a chavales de primaria y de la E.S.O. Lara cuidaba a dos niños de tres y seis años; y Mario trabajaba echándole una mano a su padre en el huerto familiar. Pero siempre encontraban tiempo para reunirse, al menos, una vez por semana.
Después de una comilona, recogieron los platos. Algunos se echaron la siesta, otros aprovecharon para ver la tele, echar una partida a los naipes,...Más tarde, uno detrás de otro, fueron duchándose y arreglándose para dar un paseo por el pueblo. Un helado en alguna terraza a orillas del mar, sintiendo la brisa y el olor a sal.
El sol resplandecía en lo alto desprendiendo calor, calor suave que no quemaba la piel; a poco menos de un metro la estampa del mar, tranquilo y sereno; la terraza llena de gente con vestidos y trajes coloridos, veraniegos,...Niños jugando, corriendo, riendo,...La típica estampa de verano.
Hacía tan buena tarde que se quedaron a pasear por el pueblo, y más tarde a cenar por allí. Otra heladería-cafetería-bar en el que cenar algo ligero; unos montaditos y unos sándwiches con unos refrescos, entre risas y más conversaciones, algún helado,... Otro paseo hasta los parques mientras el sol se va escondiendo, un descanso y un par de charlas en los bancos, niños jugando al fútbol y al baloncesto, alguna que otra pareja pelando la pava, un par de ardillas que corren de un arbusto a otro tan rápido como pueden para no ser vistas,...Y así se les pasa la tarde y parte de la noche, una calurosa noche de verano en la que las estrellas se apoderan del cielo acompañando a la luna que se deja ver en él y que se refleja en el mar.