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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

lunes, 19 de agosto de 2013

Adai

Orihuela, calle Duque de Tamames, tres de la mañana.
Un par de chavales vuelven del botellón entre risas y altas voces, ebrios, por supuesto. Él, Adai, duerme entre cartones recostado en un contenedor. Los chavales lo ven y empiezan a reírse de él, a continuación se disponen a propinarle varias patadas. Dos policías aparecen para disuadirlos. Uno de ellos se lleva a los chavales y les hace subir al coche para llevarlos a sus casas, el otro se acerca a Adai:
-¿Otra vez aquí Adai?- Es Tristán, ya se conocen.
-¿Y qué quieres que haga? Estoy solo y lo sabes. Mi Lucía murió y el banco me embargó el piso hace tres meses, no tengo a donde ir.
-¿Por qué no te vas a una residencia?
-¿Para qué?¿Para que un par de desconocidos tengan una carga más? Porque eso es lo que soy, una carga.
-No digas eso, eres una persona. Además, en esos sitios se dedican a eso. Vas a estar muy bien.
-No quiero pasar mis últimos días en un sitio con un par de desconocidos.
-¿Y prefieres vivir entre cartones?
-Sí. Déjame, es mi vida y la viviré como yo quiera.
-Esta bien, haz lo que quieras. Cuídate Adai.
Los dos policías se alejan.
-¿Conoces a ese hombre?-Le pregunta Alfonso, el nuevo policía, a Tristán.
-Sí,-le contesta Tristán-lamentablemente sí. No me malinterpretes, Adai es muy buena persona, ya quisieran muchos ser como él, pero es muy triste verlo así. Es mayor y está sólo. Lleva tres meses viviendo aquí, en la calle, entre cartones y se empeña en quedarse. Lo más triste es que sus hijos no quieren hacerse cargo de él.
-Pobre hombre.-contesta Alfonso-Es triste que personas mayores acaben así; y más cuando tienen hijos.
-Lo peor no es que esté en la calle, lo peor es como lo trata la gente. Por la mañana los niños pasan por aquí con sus padres para ir a la escuela,-explica Tristán-los niños se fijan en él, lo señalan, hacen preguntas a sus padres, cuchichean,...y bueno, ellos son niños, no saben lo que hacen; sus padres les riñen, como es natural, pero también le miran mal, como si fueran malas personas ¿y sabes qué te digo? Que hay mucha gente que va mucho más presentable, de chaqueta y corbata, con sus coches, su ropa de marca, su trabajo, y toda su tontería, que valen mucho menos que él.
Adai vuelve a colocar los cartones a su alrededor, tapándose y se queda dormido.
Es un hombre de setenta años que se ha quedado en la calle. No es mala persona, pero lleva mucho dolor dentro. Se casó con Lucía hace ya muchos años y tuvieron dos hijos: Ginés y Jairo.
Éstos aprovecharon para apoderarse de la herencia de su madre dejando a su padre solo.La casa de Lucía y Adai estaba sin terminar de pagar, aún les faltaban algunos años, pero la pensión de Adai no era suficiente para esto, y así acabó en la calle.
A la mañana siguiente Tristán y Alfonso, vestidos de paisanos, recorren las calles de Orihuela, no están de servicio.
-¿Y no sería más fácil ir directamente a la calle Duque de Tamames?-Le pregunta Alfonso a Tristán.
-No, Adai no es hombre de pasar los días mano sobre mano. No tiene casa y vive en la calle, pero todas las mañanas se levanta al alba y echa andar. No tiene rumbo fijo, o al menos nunca va al mismo sitio, eso si, cuando quiere se pega unas caminatas...La semana pasada lo encontré al alba en el barrio de San Antón, durmiendo entre los autocares del colegio Santo Domingo.
-Jolín, pues para ser  mayor, corre que se las pela.-Le contesta Alfonso.
-No, pero él no tiene obligaciones, no tiene que darle cuentas a nadie, y se recorre Orihuela de punta a punta, así mata el tiempo.
-¿Y qué hace cuando tiene hambre?-Le pregunta Alfonso.
-Ese es más pillo. -dice Tristán- Se va a la plaza San Sebastián, al convento, y las monjas siempre le dan algo.
-Al menos no pasa hambre.
-No, se las sabe arreglar. A veces se cuela en el palacio del agua para asearse allí, come de la caridad de las monjas, se entretiene dando largos paseos, los martes cuando recogen el mercado se lleva lo que la gente tira... A veces se queda ayudando donde las monjas o por las iglesias y así se gana unos duros.
Los policías se acercan por el convento y ven a Adai recoger la comida que le da una monja. Éste los saluda y se pone a comer en un banco del parque que hay enfrente del Telepizza. Termina su comida,no deja ni una migaja, tira los papeles a la papelera y sigue su camino con su botellín de agua en la mano.
-¿Lo volveremos a ver hoy?-Pregunta Alfonso.
-Lo más probable, siempre me lo encuentro dos o tres veces al día.
-¿Por qué no hacemos algo por él?¿Por qué no le buscamos un trabajo y un techo?
-No es tan fácil.-contesta Tristán-Ya sabes cómo están las cosas hoy en día para encontrar un trabajo; además, tiene setenta años, está jubilado.
-¿Y no tiene ninguna pensión de viudedad o de jubilación?-Pregunta Alfonso.
-No, parece que no. Antes las cosas no eran como ahora, quizás, aunque trabajara, no cotizó nunca a la seguridad social.-Responde Tristán.-Y en cuanto a lo del techo, ¿donde lo metemos? Si no quiere ir a ninguna residencia y no tiene a nadie.
-¿Y si hablamos con alguna parroquia para que le den cobijo o algo de trabajo? A lo mejor pueden hacer algo por él.-Pregunta Alfonso.
-Sí, eso sí podemos hacerlo.
Esa misma tarde Alfonso y Tristán se van a visitar parroquias mientras hacen su ronda. Acaban en San Vicente Ferrer, donde, hablando con el párroco, consiguen que le den trabajo a Adai. Más tarde van a buscarlo.
-Míralo, ahí está.-Dice Alfonso.
-Adai ven, tenemos que hablar contigo-Le dice Tristán a Adai.
-Ya os he dicho que yo a una residencia no voy, así que si habéis venido a convencerme perdéis el tiempo.-Contesta Adai a la defensiva.
-Que no, mira que te gusta discutir. Sabes que yo lo que te digo, te lo digo por tu bien, aunque algunas cosas no te gusten.-Explica Tristán-Hemos pensado que podrías ir a alguna parroquia para que te den cobijo, algo que hacer para que no te pases el día mano sobre mano, o yendo de un lado para otro.
Adai mira a Tristán, mira a Alfonso, y posa de nuevo su vista en Tristán.
-Al fin dices algo coherente.-le contesta a Tristán, y mirando a Alfonso añade-Gracias hijo, porque seguro que has sido tu el que le ha hecho entrar en razón.
Ambos policías se ríen y acompañan a Adai a la parroquia San Vicente Ferrer. Tristán se acerca y le pregunta a una catequista por el párroco, éste aparece y ambos le explican la situación. Después de una larga conversación, el párroco decide darle trabajo a Adai a cambio de una remuneración mensual.
Adai debe limpiar toda la iglesia cada día al acabar la misa de doce del medio día, y después de la de las siete de la tarde; ayudar a pasar el cepillo, ayudar al párroco a prepararse para la eucaristía y poco más.
Al día siguiente, al salir del trabajo, Adai se encuentra con Tristán y Alfonso.
-¿Cómo vas, Adai?-Le pregunta Tristán.
-Bien, mejor que nunca, sólo tienes que mirarme. Voy arreglado y aseado, más que antes, y ya no vivo entre cartones.-Responde Adai-Gracias.
-No hay de qué,-dice Alfonso- somos policías y nuestro deber es velar por el bienestar de los ciudadanos.
-Me alegro mucho por ti, de verdad-dice Tristán.
-No en serio, sin vosotros no hubiera podido salir de la calle, seguiría viviendo entre cartones, llorando y temiendo al mundo.-Explica Adai.-Gracias a vosotros me siento útil, tengo trabajo y ya no vivo en la calle.
-Bueno, ¿y dónde vives?-pregunta Alfonso.
-He encontrado un pequeño piso cerca de la parroquia y estoy viviendo allí de alquiler.-Contesta Adai, muy orgulloso y feliz.
-Pues espero que te vaya muy bien Adai.-Le desea Tristán.
-Sí, que te vaya bien ,y ya nos veremos.-Le dice Alfonso.
-Ojalá, y muchas gracias por todo-contesta Adai.-Ya nos veremos.
Los dos policías se van, y Adai sigue su camino.

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