En una noche de verano, ahí comienza esta historia.
Una noche de verano, calurosa, pero no demasiado.
El mar, la brisa, la arena de la playa, un cielo lleno de estrellas,...y Laura. Laura caminando descalza por la playa, sintiendo como sus pies se hunden en cada pisada que da, dejando que la arena se cuele entre sus dedos. Arena fría, arena de pequeños granos que acarician sus pies; y un poquito más lejos, delante de ella, el mar. El inmenso mar azul. Tranquilo, apaciguado, con sus olas que vienen y van, que acarician las extremidades de la arena, que besan los labios de la playa con su suave tacto y su delicada humedad, que moja sus orillas.
Laura tranquila, serena, escuchando las olas del mar, cómo unas rompen en los arrecifes y cómo, otras, besan la playa; y mientras, ahí está ella, disfrutando de la brisa marina y dejando sus huellas a orillas del mar, unas huellas que apenas duran unos segundos, los mismos que tarda la próxima ola en alcanzar la costa. De vez en cuando echa la vista hacia atrás para ver cómo las olas se llevan sus huellas, cómo, por mucho camino que hagamos, por muy lejos que lleguemos; nuestras huellas no son eternas, porque, cómo las de los pies de Laura, al final, se borran.
Otra noche más, se viste y se calza sus sandalias, sale a la calle y toma la misma dirección que ha estado tomando estos últimos meses: hacia la playa.
Una noche más cruza un par de calles, baja unas escaleras, y se plata allí, en la playa, enfrente del mar. Se sienta en la arena y observa el mar. Un mar diferente al de otras noches, ya que cada noche, es diferente.
La de hoy es una noche llena de estrellas, y el mar esta más claro que nunca, la luna se refleja en él perfectamente, aparece en el cielo acompañada de toda una corte de estrellas, que la rodean haciéndola sentir que es el centro de atención, que es el centro del cielo; y justo en ese momento, cuando Laura está inmersa en ese paisaje, en el mar; aparece él, Miguel. Miguel aparece por detrás y le pregunta si puede sentarse a su lado, ella responde que sí. Y así transcurre la noche. Ambos sentados uno al lado del otro observando el mar, el horizonte, y hablando sobre ellos mismos. El mar dibujando sus olas y besando la playa mientras ellos lo observan y entablan una conversación, una conversación sobre sus gustos, aficiones,...mientras caminan, caminan por la orilla de la playa, dejando sus huellas juntas, las de uno al lado de las de la otra; y entre palabras y huellas, se les pasa la noche, una noche que ambos acaban con la sensación de que se conocen de toda la vida, pero que, a su vez, quieren seguir conociéndose más.
Y entre tanto conocerse, se pasa el verano y llega septiembre. Un septiembre con sabor melancólico, ya que significa decirse adiós. A Laura le dan una beca para estudiar y decide aprovecharla, así que se marcha.
Su sueño es ser A.T.S. (Auxiliar Técnico Sanitario), siempre ha querido serlo, y debe irse para terminar su carrera. Laura se va, pero Miguel se queda. Debe quedarse porque está trabajando en un bar y no quiere perder su empleo.
Laura comienza un nuevo curso y se centra en sus asignaturas, Miguel y ella pierden el contacto. Poco después de instalarse en su nuevo piso, le manda una carta a Miguel para decirle que está bien y que quiere que sigan hablando. Miguel, ilusionado, le responde y se envían cartas todos los días, contándose todo lo que van haciendo, lo que les acontece,...y todos los detalles de sus nuevas vidas, lejos, el uno del otro.
A Miguel lo despiden porque no hay faena y empieza a sacarse un curso de mecánica. Ambos siguen estudiando y manteniendo el contacto. Miguel debe marcharse a otra cuidad para continuar estudiando y pierde la dirección de Laura. Ella le manda cartas a su antigua dirección, pero no recibe respuesta, ya que él no se encuentra allí y no puede leerlas.
Miguel va cada verano por allí, hasta que un año, Laura aparece. Se reencuentran, y vuelven a quedar. Y una noche verano, una de muchas otras que pasaron juntos, vuelven a la playa, a esa playa que guarda dulces recuerdos. El mar vuelve a besar la orilla, la brisa vuelve a acariciar sus cuerpos, sus pies vuelven a perderse entre los granitos de arena,...pero esta vez, y sólo por esta vez, unas manos se entrecruzan, y mientras los labios del mar besan la orilla, otros labios se besan más profundamente. La brisa ya no es la única que acaricia sus cuerpos, ya que son éstos los que se encargan de acariciarse mutuamente. Las olas del mar rompen en los arrecifes, y su amor rompe en sus bocas, salpicando pequeños besos, unos besos que sí dejarán huella, andemos mucho o poco; unas huellas que quedaran en el recuerdo. Porque las huellas, con el paso del mar, se borran; pero los recuerdos, aunque haya levante, permanecen siempre intactos.
Entrada inspirada en la canción 'El ritmo de las olas'de Andy & Lucas
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