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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

viernes, 16 de agosto de 2013

Día de playa

Se despertó a las siete de la mañana con el ruido del despertador. Un desayuno con tostadas con tomate y queso, un zumo de naranja recién exprimido y un tazón de leche fría. Cinco minutos para lavarse los dientes y derecha al armario; un bikini de leopardo, uno azul cían, uno rojo liso, bikinis con flecos, con volantes,...
Al final se decidió por el rojo liso, unas chanclas de dedo negras, una toalla de la coca-cola, regalo de un proveedor del bar de su padre donde ella trabajaba de camarera, sus gafas de sol, su bolsa de playa, su libro, protector solar y su sombrilla.
Nerea dio un pequeño paseo hasta la playa, clavó la sombrilla y se tumbó en la arena. Se echó el protector solar y se puso a leer. Una página, otra,...así hasta dos capítulos. Un refrescante baño en el mar, nadar de un litoral de la playa a otro, paseos de una punta a otra, tiempo para tomar el sol, un bocadillo de atún, una coca-cola,...y todo eso desde las ocho de la mañana hasta la una y media.
Lo recogió todo, subió a su piso y se dió una ducha fría; salió con su batín blanco, sus zapatillas azul cían y su melena suelta hacia su habitación.
Se puso un sencillo vestido blanco de tirantes estrechos hasta la mitad de los muslos; y sus sabrinas blancas, su pelo castaño y rizado al viento, con dos pequeños mechones a los lados recogidos hacia atrás.
Fue hacia la cocina, pronto llegarían sus amigos a comer y debía prepararlo todo. Dos fuentes de ensalada de pasta con espirales, huevo duro cortado en trozos, olivas, jamón y queso cortado en tacos; dos platos de queso fresco y aceite, dos platos de jamón serrano, un vino tinto y una barra de pan. Pronto llegaron los invitados: Micaela, Inés, Samuel, Nico, Lara y Mario.
Prepararon la mesa todos juntos y se dispusieron a comer entre risas y conversaciones entretenidas. Micaela trabajaba en un bufete de abogados y acababa de coger quince días de vacaciones que quería aprovechar para ir a ver a familiares y amigos. Inés se había quedado sin trabajo, pero su hermana había dado a luz hace poco y, como ésta tenía que trabajar, Inés cuidaba de su sobrina entre semana. Samuel trabajaba en un chiringuito en la playa. Nico era profesor, y daba clases de verano a chavales de primaria y de la E.S.O. Lara cuidaba a dos niños de tres y seis años; y Mario trabajaba echándole una mano a su padre en el huerto familiar. Pero siempre encontraban tiempo para reunirse, al menos, una vez por semana.
Después de una comilona, recogieron los platos. Algunos se echaron la siesta, otros aprovecharon para ver la tele, echar una partida a los naipes,...Más tarde, uno detrás de otro, fueron duchándose y arreglándose para dar un paseo por el pueblo. Un helado en alguna terraza a orillas del mar, sintiendo la brisa y el olor a sal.
El sol resplandecía en lo alto desprendiendo calor, calor suave que no quemaba la piel; a poco menos de un metro la estampa del mar, tranquilo y sereno; la terraza llena de gente con vestidos y trajes coloridos, veraniegos,...Niños jugando, corriendo, riendo,...La típica estampa de verano.
Hacía tan buena tarde que se quedaron a pasear por el pueblo, y más tarde a cenar por allí. Otra heladería-cafetería-bar en el que cenar algo ligero; unos montaditos y unos sándwiches con unos refrescos, entre risas y más conversaciones, algún helado,... Otro paseo hasta los parques mientras el sol se va escondiendo, un descanso y un par de charlas en los bancos, niños jugando al fútbol y al baloncesto, alguna que otra pareja pelando la pava, un par de ardillas que corren de un arbusto a otro tan rápido como pueden para no ser vistas,...Y así se les pasa la tarde y parte de la noche, una calurosa noche de verano en la que las estrellas se apoderan del cielo acompañando a la luna que se deja ver en él y que se refleja en el mar.

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