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Llegué aquí una fría madrugada de diciembre. Los primeros libros que llegaron a mis manos me mostraron la magia de la imaginación y la belleza de las palabras. Más tarde, despertaron en mí la necesidad de plasmar éstas en nuevos relatos. La música me enseñó otra forma de ver la vida y, aunque no sé cantar, disfruto mis ratos libres escuchándola. Estas tres pasiones y disfrutar con la gente que me quiere son los pequeños placeres de mi vida. Me gusta fijarme en los pequeños detalles, ya que son los que le dan un toque personal a las cosas, e intento introducirlos en todo lo que hago, incluidos los relatos. Me gusta andar aunque no sepa a dónde voy o vaya sin rumbo fijo, creo que perderse es una buena forma de conocer otros lugares. Disfruto nadando, aunque no tenga el suficiente tiempo para ello, ni la playa muy cerca. Me considero una persona sencilla, no necesito gran cosa para ser feliz. Me gusta hacer las cosas de manera original, pero no destacar. Y estoy aquí porque necesito sacar las pequeñas ideas que pasan por mi cabeza.

domingo, 27 de octubre de 2013

Memorias de una loca

Hoy, tras un fin de semana, vuelvo a mi trabajo, la residencia de ancianos. Están todos igual, bueno la mayoría un poco más contentos de lo habitual. Estamos a mediados de diciembre y a la mayoría de ellos se los llevan sus familias a sus casas para pasar las Navidades.
Voy entrando por los pasillos y se van despidiendo de mí y del resto de mis compañeros. Los ancianos se van yendo y las habitaciones van quedando vacías. Algunos de mis compañeros preparan sus equipajes, ellos también cogen sus vacaciones. Unas horas más tarde, la residencia queda casi vacía, apenas quedamos siete u ocho ancianos, mis dos compañeros y yo. Begoña prepara las camas, mientras que yo limpio las estancias y Jóse prepara la comida. Las mañanas son más entretenidas; limpiamos, aseamos a los abuelos (que es como prefieren que les llamemos), preparamos las comidas, les ponemos la medicación a los que la necesitan, nos sentamos con ellos un rato,... Por las tardes aprovechamos para descansar un poco mientras algunos duermen la siesta, otros juegan al parchís...

Esta tarde me toca a mi sola, Jóse tiene la tarde libre y Begoña se ha ido a comprar los  alimentos y el material sanitario que nos falta. Está todo hecho, sólo tengo que esperar por si alguno de ellos necesita algo, así que me siento en un sillón ha hablar con algunos de ellos. Levanto la vista y ahí está otra vez, Paula. Está sentada junto a la ventana. Parece que observa algo a través del cristal, pero no, no observa nada. Tiene la mirada perdida, y mientras, se balancea en su mecedora. Dicen que está loca, porque cuenta historias raras y porque se pasa los días sentada en su mecedora enfrente de la ventana con la mirada perdida. Yo la escucho, pero a veces no se si creer lo que dice. Me siento a su lado y le pregunto cómo está hoy. Me contesta que bien, y empieza a contarme una de sus historias:
-Tenía veinte años, toda la vida por delante. Pero se enamoró, se enamoró de un hombre casado. La trataba bien, hablaba con ella, le llevaba flores,...Estaba muy enamorada, llevaban tiempo saliendo y quería presentárselo a sus padres. Esa tarde quería darle una sorpresa, quería que fuera diferente y apareció en su casa. Tocó el timbre y subió. No le dio tiempo a esconderse y los pilló en el sofá. Llevaba bolsas con comida china, a él le encantaba. Nada mas verlos se le cayeron al suelo. Rompió a llorar y se fue. No volvió nunca.

Cuando termina, otro grupo me llama para que eche una partida al cinquillo con ellos. Yo lo hago, y termino quedándome la séptima, de diez, no es que sea muy buena, lo reconozco. Ellos se ríen y se enzarzan en alguna pequeña discusión, algo que enseguida termina en otra partida. Más tarde preparo las medicinas para ellos, y se las administro. Los aseo y les preparo la cena. Tortillas francesas, pan, ensaladas, pescado azul, algo de pasta,...Les reparto las bandejas, y me pongo a cenar con ellos.
-¿Tienes alguna otra historia?-Le pregunta Laura a Paula.
-Sí-contesta, y se dispone a relatarla- Fue al parque, siempre se veían allí. Se arregló, se puso su mejor vestido, se maquilló, se peinó,...Estaba guapísima, más que nunca, y mira que ella siempre iba guapa. Esperó, esperó. Llegaban parejas, se iban; llegaban niños, pasaba gente, vendedores ambulantes,...y así horas y horas. Miraba su reloj una y otra vez, y no llegaba. Nunca llegó, fue varios días a la misma hora, se sentaba y volvía a esperar durante horas, pero nunca llegó.

Pasa el tiempo contándonos sus historias, todas de amores que acaban en tristeza, entre llantos de sus protagonistas. No sabemos si se basan en hechos reales o si es ella una de sus protagonistas, sólo sabemos que están llenas de amor, melancolía,... también vemos cómo al relatárnoslas, sus ojos azules se tornan brillantes y sus largas pestañas dejan que unas pequeñas gotitas, llamadas lágrimas, asomen entre ellas; para acabar trazando estrechos ríos que discurren por sus mejillas.
Estos relatos son, para el resto de ancianos, como la televisión para nosotros. Ya que Paula les relata, como mínimo, dos al día.
-La quiso, la quiso mucho. Tanto que hizo de ella su mundo, siempre estaba pensando en ella. Pero era un cobarde, y no se lo dijo nunca. Tenía miedo de lo que pudiera pensar, y no quería perderla. Intentaba ayudarla en todo, estar siempre ahí. Ella se enamoró de otro, y corrió a contárselo. En un primer momento, sintió que un puñal le atravesaba el corazón, pero no se lo dijo. Al contrario, la felicitó. Unos años después le dijeron que se iban a casar, y le pidieron que fuera su padrino. El aceptó. Ayudó al novio a vestirse el día de su boda. Éste le preguntó si alguna vez había sentido algo por ella, y él le contestó que sí. "Siempre la amé", le dijo, "pero nunca me atreví a decírselo". Por eso le pidió que valorará la suerte que tenía y que la cuidará. "Quiérela tanto como puedas" le dijo "y no le hagas daño. Tampoco dejes que nadie le haga daño, y valórala siempre" le pidió. Ella se casó y él se resigno a darles su enhorabuena, un par de besos y un amistoso apretón de manos.

Termina mi turno y me despido de todos ellos, "hasta mañana" les digo. En ese momento llega Bego, le toca la noche. Le doy dos besos despidiéndome de ella y me voy a mi casa. Dejándola allí con "los abuelos", como a ellos les gusta que les llamen.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Un trágico accidente

-¿Falta mucho?- P.
-No, enseguida llegamos.- Me contestó mi madre, Paloma.
-Jo, esta muy lejos.- Protesté. - Me aburro.
-Anda Sara ponte los cascos, -me sugirió Aitor, el novio de mi madre-así se te hará más ligero el viaje.
Yo me puse los cascos y subí el volumen de la música. Me encontraba absorbida por ella, cuando un camión que venía en dirección contraria descarriló y se metió en nuestro carril. Aitor intentó esquivarlo, pero no pudo.
Tuvimos un accidente. Chocamos contra el coche que venía de frente. El conductor de este vehículo se bajó enseguida y sacó al novio de mi madre, Aitor, y a mi madre del coche. Los apartó de la carretera y colocó los triángulos de emergencia. Yo me quedé en el coche. Paralizada, debido al impacto que había causado en mi el accidente. Él llamó a una ambulancia, que enseguida llegó. Entonces se dio cuenta de yo estaba aún dentro del coche, y con ayuda de un sanitario que iba en la  ambulancia, consiguió sacarme. Nos trasladaron al hospital. Yo no podía hablar, no tenía ni ganas ni fuerzas para ello.
A Aitor y a mi madre los llevaron al quirófano, estaban muy mal. A mi me hicieron unas pruebas y me subieron a planta. El médico inspeccionó el móvil de mi madre buscando algún contacto al que avisar de lo sucedido, llamó a mi tía  Sofía, la hermana de mi madre. Mi tía llegó enseguida acompañada de mis abuelos, y nada mas pisar el hospital subieron a mi habitación a verme. Al verla le pedí que me diera un abrazo, un abrazo que, por supuesto, no me negó. Yo tenía nueve años, y mi tía dieciocho. Era dieciséis años menor que Paloma, mi madre. Para mi, su edad era una ventaja, porque me entendía mejor que ella.
Mi padre llegó unos minutos después, mi abuela le había llamado. Saludó a todos y se acercó a mí. Me dio un beso y un abrazo mientras me preguntaba cómo estaba. Cogió una silla y no se apartó de mi lado. A las ocho llegó una enfermera diciendo que el turno de visitas había acabado y que debían marcharse. Al salir, una vez en el pasillo, mi padre le preguntó a la enfermera si podía pasar la noche conmigo.
-Sí,-contestó ella-pero sólo puede quedarse una persona, le traeremos una camilla.
Al rededor de las nueve de la noche subió otra enfermera a traerme la cena, mi padre aprovechó para coger algo para comer del comedor del hospital, y enseguida subió ha hacerme compañía. Mis abuelos y mis tíos se fueron y nos quedamos los dos solos. Cenamos y hablamos. Mi padre me contó un cuento para que me quedase dormida y me dio un beso en la frente.
Cuando desperté, las bandejas de la noche anterior habían sido sustituidas por otras dos bandejas que contenían un vaso de leche, un café, un zumo de naranja y dos tostadas. Me incorporé y pude oír cómo caía el agua de la ducha. Diez minutos después, mi padre salía del aseo.
-Buenos días cariño- me dijo dándome un beso.
-Buenos días-le contesté. Y mirando las bandejas le pregunté-¿qué es esto?
-He bajado al comedor y he subido dos bandejas para que desayunemos juntos-me explicó-¿te apetece?
Volví la vista a las bandejas y empecé a beberme la leche y a devorar las tostadas .Mi padre interpretó bien mi gesto y también hizo lo propio con su café y sus tostadas. Y siguiendo con estos gestos, devoramos el resto de desayuno que había en la bandeja.
-¿A qué hora has llegado esta mañana?-Le pregunté.
-He dormido aquí-me contestó.
-¿Pero tú no tenías que ir a trabajar esta mañana?-Pregunté extrañada.
-Sí, pero he llamado al trabajo y les he dicho que faltaría unos días-me contestó-.Me voy a quedar contigo hasta que te recuperes.
Y así fue, la semana que estuve en el hospital mi padre se quedó conmigo. Yo preguntaba todos los días por mi madre, y mis abuelos, que venían todas las mañanas, me decían que ella y Aitor seguían en observación, en un estado muy débil. Ambos fallecieron dos semanas después. Yo me quedé otras dos semanas, estuve en el hospital un mes en total. Un mes en el que mi padre también vivió allí, ya que, después de trasladar allí sus cosas y su ropa desde su casa, no consintió dejarme sola. Pasaba conmigo todo el día, excepto cuando iba a trabajar, pero siempre iba y venía directo del hospital al trabajo y viceversa.
El día que me dieron el alta, mientras estaba esperando a mi padre, pude oírle hablando con mis abuelos maternos en el pasillo.
-Miren, se que la custodia de Sara la tenía Paloma, pero ahora que ha fallecido, me gustaría ser yo el que me encargue de ella.
-Llevas razón.-dijo mi abuela-Se quedará contigo, es lo propio.
Mis abuelos y mi padre entraron en mi habitación, me saludaron y me fueron dando abrazos y besos, además de felicitaciones porque ya me iba. Mi abuela me ayudo a asearme y a vestirme, mientras mi padre recogía todas mis cosas; y una hora más tarde ya estábamos saliendo del hospital.
Nos subimos todos al coche de mi padre, que se ofreció para llevar a mis abuelos a su casa, una vez allí me despedí de ellos. Mi abuela le dio las llaves de mi casa y fuimos a recoger todos mis objetos personales.
Al entrar me fui corriendo a mi cuarto, y mi padre me ayudó a hacer las maletas con toda mi ropa, a recoger mis juguetes, mi bolsa de aseo y algunas otras cosas. Cuando todo estaba preparado en la entrada, volví a mi cuarto para ver si me había dejado algo y vi la foto de mi madre. La cogí y la abrace durante unos minutos. Mi padre vino y me vio abrazada a ella, llorando. Me dio un abrazo por detrás.
-Llévatela. La pondremos en tu habitación, si quieres.-me dijo mientras me apartaba un mechón de pelo que me tapaba un ojo-No tenemos prisa. Puedes darte una vuelta por la casa y coger todo lo que quieras.
-¿Aunque sea de mi madre?-Le pregunté. No sabía si tener cosas de mi madre en su casa le molestaría.
-Sí. Lo que quieras.-Me dijo, y a continuación me explicó-Tu madre y yo estábamos separados, pero ella siempre será tu madre, y tienes derecho a recordarla y a sentir que esta contigo. Si te quieres llevar algo para recordarla o que quieras tener cerca, aunque sea de ella, llévatelo.
Cogí un par de fotos suyas y nuestras, su disco favorito y su perfume. Y me quedé mirando el perfume de Aitor, que estaba al lado del de ella. Mi padre me miró y vio que mi mirada descansaba en el perfume.
-¿Quieres llevártelo?-Me preguntó.
-No -le dije mintiendo. Quería llevármelo, Aitor no era mi padre, pero sí una persona importante para mí. Y mi padre lo supo, supo descifrar mi mirada y darse cuenta de lo que pensaba.
Lo cogió, lo miró, y volviendo la vista en mí me dijo:
-Toma. Llévatelo.- Me lo estaba ofreciendo.-Sé que Aitor ha sido una parte importante en tu vida, y no quiero que le olvides. Hemos venido para que cojas todas tus cosas y todas las que te quieras llevar. Si hay algo que te recuerde a ellos y que quieras tener contigo cógelo, eso es decisión tuya. No pienses en que vivirás conmigo, piensa que estás de mudanza y coge lo que quieras, sea lo que sea, sea de quién sea.-Y me ofreció una caja de cartón vacía para que echará todas las cosas que quisiera llevarme.
Ahí metí todas las fotos de Aitor y de mi madre que habían a la vista, los perfumes de ambos, sus discos, el portátil de mi madre, y todos nuestros álbumes.
Cuando llegamos a casa de mi padre, bajamos todas las maletas y cajas, sacamos todo lo que había en ellas y lo colocamos. Mi padre cogió la foto de Aitor y de mi madre y la puso en la mesita que había al lado de mi cama.
-Así podrás verlos todos los días al levantarte - me dijo.
Le abracé y el se sentó en mi cama, mientras me sentaba en su rodilla. Me rodeó la espalda con su brazo apoyándolo en mi barriga, y con el otro brazo, cogió la foto y me la dio. Yo apoye mi cabeza en su pecho y él me besó en la frente y en el pelo. Dejé la foto encima de la cama y le abracé fuerte, mientras el me besaba de nuevo y me decía: "Te quiero".

viernes, 30 de agosto de 2013

Huellas

En una noche de verano, ahí comienza esta historia.
Una noche de verano, calurosa, pero no demasiado.
El mar, la brisa, la arena de la playa, un cielo lleno de estrellas,...y Laura. Laura caminando descalza por la playa, sintiendo como sus pies se hunden en cada pisada que da, dejando que la arena se cuele entre sus dedos. Arena fría, arena de pequeños granos que acarician sus pies; y un poquito más lejos, delante de ella, el mar. El inmenso mar azul. Tranquilo, apaciguado, con sus olas que vienen y van, que acarician las extremidades de la arena, que besan los labios de la playa con su suave tacto y su delicada humedad, que moja sus orillas.
Laura tranquila, serena, escuchando las olas del mar, cómo unas rompen en los arrecifes y cómo, otras, besan la playa; y mientras, ahí está ella, disfrutando de la brisa marina y dejando sus huellas a orillas del mar, unas huellas que apenas duran unos segundos, los mismos que tarda la próxima ola en alcanzar la costa. De vez en cuando echa la vista hacia atrás para ver cómo las olas se llevan sus huellas, cómo, por mucho camino que hagamos, por muy lejos que lleguemos; nuestras huellas no son eternas, porque, cómo las de los pies de Laura, al final, se borran.
Otra noche más, se viste y se calza sus sandalias, sale a la calle y toma la misma dirección que ha estado tomando estos últimos meses: hacia la playa.
Una noche más cruza un par de calles, baja unas escaleras, y se plata allí, en la playa, enfrente del mar. Se sienta en la arena y observa el mar. Un mar diferente al de otras noches, ya que cada noche, es diferente.
La de hoy es una noche llena de estrellas, y el mar esta más claro que nunca, la luna se refleja en él perfectamente, aparece en el cielo acompañada de toda una corte de estrellas, que la rodean haciéndola sentir que es el centro de atención, que es el centro del cielo; y justo en ese momento, cuando Laura está inmersa en ese paisaje, en el mar; aparece él, Miguel. Miguel aparece por detrás y le pregunta si puede sentarse a su lado, ella responde que sí. Y así transcurre la noche. Ambos sentados uno al lado del otro observando el mar, el horizonte, y hablando sobre ellos mismos. El mar dibujando sus olas y besando la playa mientras ellos lo observan y entablan una conversación, una conversación sobre sus gustos, aficiones,...mientras caminan, caminan por la orilla de la playa, dejando sus huellas juntas, las de uno al lado de las de la otra; y entre palabras y huellas, se les pasa la noche, una noche que ambos acaban con la sensación de que se conocen de toda la vida, pero que, a su vez, quieren seguir conociéndose más.
Y entre tanto conocerse, se pasa el verano y llega septiembre. Un septiembre con sabor melancólico, ya que significa decirse adiós. A Laura le dan una beca para estudiar y decide aprovecharla, así que se marcha.
Su sueño es ser A.T.S. (Auxiliar Técnico Sanitario), siempre ha querido serlo, y debe irse para terminar su carrera. Laura se va, pero Miguel se queda. Debe quedarse porque está trabajando en un bar y no quiere perder su empleo.
Laura comienza un nuevo curso y se centra en sus asignaturas, Miguel y ella pierden el contacto. Poco después de instalarse en su nuevo piso, le manda una carta a Miguel para decirle que está bien y que quiere que sigan hablando. Miguel, ilusionado, le responde y se envían cartas todos los días, contándose todo lo que van haciendo, lo que les acontece,...y todos los detalles de sus nuevas vidas, lejos, el uno del otro.
A Miguel lo despiden porque no hay faena y empieza a sacarse un curso de mecánica. Ambos siguen estudiando y manteniendo el contacto. Miguel debe marcharse a otra cuidad para continuar estudiando y pierde la dirección de Laura. Ella le manda cartas a su antigua dirección, pero no recibe respuesta, ya que él no se encuentra allí y no puede leerlas.
Miguel va cada verano por allí, hasta que un año, Laura aparece. Se reencuentran, y vuelven a quedar. Y una noche verano, una de muchas otras que pasaron juntos, vuelven a la playa, a esa playa que guarda dulces recuerdos. El mar vuelve a besar la orilla, la brisa vuelve a acariciar sus cuerpos, sus pies vuelven a perderse entre los granitos de arena,...pero esta vez, y sólo por esta vez, unas manos se entrecruzan, y mientras los labios del mar besan la orilla, otros labios se besan más profundamente. La brisa ya no es la única que acaricia sus cuerpos, ya que son éstos los que se encargan de acariciarse mutuamente. Las olas del mar rompen en los arrecifes, y su amor rompe en sus bocas, salpicando pequeños besos, unos besos que sí dejarán huella, andemos mucho o poco; unas huellas que quedaran en el recuerdo. Porque las huellas, con el paso del mar, se borran; pero los recuerdos, aunque haya levante, permanecen siempre intactos.

lunes, 26 de agosto de 2013

Rita

Otra vez llega de madrugada, riéndose, fumada, y ¿cómo, no? También ha bebido, como de costumbre. Da un portazo nada más entrar. Natalia, su madre, la oye llegar.
-¿Qué horas de llegar son éstas?-Le pregunta.
-Déjame mamá, ya soy mayor de edad-responde Rita a gritos.
-Me da igual Rita, sigues viviendo en mi casa y no puedes llegar a estas horas y menos así.-Le riñe Natalia-Además, no grites, Nico esta durmiendo.
-A mi hijo no lo metas en esto-Protesta Rita.
-Si quieres que no le meta empieza a comportarte como su madre.
Rita resopla y se va a ducharse. Natalia se acuesta a dormir. A la mañana siguiente:
-Rita despierta, me tengo que ir a trabajar-le dice Natalia.-Nico esta durmiendo, volveré a las dos.
-Que sí, que vale-Dice Rita intentando quedarse dormida otra vez.-Vete ya y déjame dormir.
Natalia se va y Nico empieza a llorar. Rita se levanta y va a sacarlo de la cuna.
-Hola cariño, buenos días-dice Rita mirándole. Lo abraza y le da un beso.
Lo lleva a la cocina, se prepara el desayuno y le da el biberón. Rita lo deja en la cuna, se asea, limpia la casa,...Suena el interfono y va a ver quién es. Flavio.
-Rita soy yo, abre que tengo mercancía fresca-Le pide Flavio.
Rita abre la puerta con Nico en brazos.
-Hola Nico-le dice Flavio haciéndole una carantoña al pequeño, después mira a Rita-Mira lo que te he traído.-Le dice mostrándole una pequeña bolsa.
-¿Qué me has pillado hoy?¿Marihuana?¿Anfetaminas?-pregunta Rita ansiosa, como cualquier yonki esperando sus dosis diaria. Una yonki, eso es lo que era aunque no quisiera reconocerlo.
-Mejor, cocaína.-Responde Flavio entusiasmado-Y de la buena, ¿eh?
Rita alarga una mano para cogerla, pero Flavio la aparta de su vista.
-Eh, eh, eh, espera un momento, antes lo mío.
Rita busca su bolso y saca su cartera, después de rebuscar en ella saca treinta euros y se los da a Flavio.
-Toma, es todo lo que tengo.
Flavio lo coge y le dice:
-Gracias Rita, un placer hacer negocios contigo. Cuando quieras más ya sabes, una llamada y listo.
Le hace otra carantoña a Nico y se va. Rita entra en casa, deja a Nico en el parque y se jala la cocaína, toda de una vez. Cae al suelo y empieza a respirar muy fuerte. Le esta dando un infarto, en ese momento llega Natalia.
-Hola Rita, ya he llegado.
Nico empieza a llorar y Natalia va a cogerle en brazos. Entra al comedor y se encuentra a Rita tumbada en el suelo, inconsciente. Natalia calma a Nico e intenta reanimar a Rita, pero no lo consigue, así que llama al 112 y pide una ambulancia. Veinte minutos más tarde, la ambulancia se lleva a Rita al hospital, con Natalia y Nico como acompañantes. Rita está en la camilla tumbada, inconsciente, mientras un médico le hace el boca-boca y otro intenta reanimarla.
Ya en el hospital le ponen un gotero y consiguen extraer toda la droga de su cuerpo. Mientras, Natalia y Nico esperan a que salga un médico que les informe del estado de Rita.
Una hora más tarde sale un enfermero.
-¿Los familiares de Rita Sáez?-pregunta.
Natalia se levanta con Nico en brazos y se acerca al enfermero.
-Somos nosotros.-Le contesta muy preocupada.-Rita es mi hija. ¿Cómo está?
-Bueno, hemos tenido que ponerle un gotero, pero ya se encuentra fuera de peligro.-Responde el enfermero.
-¿Podemos verla?-pegunta Natalia de nuevo.
-Sí, suba. Esta en la habitación 310.
Natalia sube con Nico en brazos y traquea la puerta. A continuación, entra. Rita está durmiendo y Natalia se sienta en una silla que hay en la habitación. A la hora, Rita se despierta y Natalia corre a abrazarla. Rita abraza a Nico y le da un beso a Natalia. Tras una semana, Rita recibe el alta y se va a casa.
Al día siguiente Natalia se va a trabajar.
-¿Seguro que no quieres que me quede?- le pregunta a Rita-Mira que no pasa nada, yo llamo al trabajo y ya está.
-Que no mamá, de verdad no te preocupes,-le dice Rita intentado tranquilizarla- yo me quedo aquí con Nico, no nos va a pasar nada. Vete tranquila.
-Vale.-asiente Natalia con la cabeza-Pero si pasa cualquier cosa me llamas.
Natalia le da un beso a Rita y a Nico, y se va. Rita le prepara un biberón a Nico y se lo da en el sofá. Limpia la casa, se asea, y prepara la comida. A mediodía traquean la puerta, Rita va abrir, es Flavio.
-Mira lo que te he traído hoy,-le dice mostrándole una pequeña bolsa con hojas-marihuana.
-Flavio no.-le dice Rita firmemente-Después de lo que me ha pasado no quiero saber nada más de las drogas.
-Venga Rita, ¿es que has encontrado un camello más barato? Puedo hacerte una rebaja.
-No, no es por el precio. Es que no quiero volver al hospital, no quiero que me vuelva a pasar lo mismo. Ahora lo veo todo claro Flavio, no quiero seguir en ese mundo. Quiero cuidarme, por mí, por mi Nico y por mi madre.
-Esta bien Rita,-le contesta Flavio.-espero que te vaya muy bien.
-Gracias, igualmente.
Y así, Rita se despide de Flavio y de las drogas.

jueves, 22 de agosto de 2013

El amor de un padre

Las personas le debemos la vida a nuestros padres, bueno más bien a nuestra madre, pero en mi caso a los dos por partes iguales: la primera, a mi madre, y la segunda, a mi padre. Me llamo Elena y ésta es mi historia.
Todo comenzó un día de verano, me encontraba muy cansada y decidí acostarme un rato. Después de estar un rato tumbada empezó a subirme la fiebre. Pasé varios días con dolores musculares y unas fiebres muy altas, me costaba respirar y me sentía débil, muy débil. Por las noches sentía escalofríos y me dolía mucho la garganta, era como si me picara por dentro y no pudiera rascarme.
Una noche era ya insoportable, el dolor y el picor eran superiores a mí y a mis fuerzas, así que mis padres decidieron llevarme al médico. De camino al hospital me iba irritando cada vez más, mi madre me daba agua, pero eso no conseguía apaciguar mi picor; además, empecé a tener dificultades para respirar.
Entramos por urgencias al hospital, y pronto nos atendió una enfermera. Nos llevaron a una habitación del hospital, y enseguida vino la doctora. Me examinó y me mandó unas pruebas. Mi madre le preguntó, muy preocupada, qué tenía, qué pruebas me iban a hacer,...y más preguntas por el estilo.
La doctora le dijo que no estaba segura de lo que tenía y que por eso tenían que hacerme esas pruebas. Como ya era tarde, tuve que pasar la noche allí, en el hospital. La primera de muchas otras.
Al día siguiente mis padres llegaron temprano para saber que me pasaba y cómo estaba. Llegaron, me dieron un abrazo, dos besos, me preguntaron cómo estaba,...pronto fue llegando más gente; mis tíos, mis abuelos, mis primos, amigos de la familia, amigos del instituto,...Todos preguntándome cómo estaba, cómo había pasado la noche,...Pronto llegó una enfermera junto con la doctora y unos papeles en las manos. Les pidió a todos que salieran de la habitación, excepto a mis padres. Cuando todos se fueron nos dio la noticia, la fatal noticia: tenía cáncer. 
En ese momento se me cayó el mundo encima. Me puse a llorar. Mi madre me abrazó muy fuerte y mi padre le preguntó a la enfermera si se podía hacer algo y cuando se podía empezar. Ella le contestó que me iban a dar quimioterapia y que a lo mejor más tarde necesitaría algún trasplante o alguna transfusión de sangre, pero que sería fácil encontrar algún donante.
Dos semanas más tarde necesité mi primera transfusión de sangre. Normalmente esto se pide a un banco de donantes; mi padre era donante y, tras hacer unas pruebas, nos dimos cuenta de que éramos compatibles. Él me dio la sangre. Al principio, esto fue una tranquilidad y una gran alegría, pero pronto dejó de ser así.
Más tarde, necesité médula ósea, más sangre, glóbulos blancos, glóbulos rojos, plaquetas, un riñón,...
Recuerdo nuestra primera intervención, y digo "nuestra" porque era de mi padre y mía. Estaba muy asustada. Antes de entrar al quirófano nos acostamos en unas camillas, y en la puerta del quirófano mi padre me dio la mano y me dijo: "No te preocupes princesa, todo saldrá bien, ya lo verás". Y así fue, todo salió bien, muy bien.
Tuvimos varias operaciones, mi padre siempre decía que las operaciones eran de los dos, que era algo nuestro y solamente nuestro, de mi padre y mío; pero acabó pronto, pronto pasaron de ser nuestras operaciones a ser sólo las mías.

Un día mis padres vinieron a visitarme y, al salir del hospital, el médico los llamó para hablar con ellos. Yo no estaba, pero me lo contaron más tarde. El médico reunió a mis padres en su consulta y les dijo que mi corazón había sido afectado por el cáncer y que necesitaba un trasplante de corazón. Desgraciadamente, en el banco de donantes fallecidos no había ningún corazón. Mis padres entraron en la habitación para despedirse de mí y se fueron a casa, no me contaron nada.
Ese mismo día, por la tarde, reunieron a toda mi familia en el hospital: mis abuelos, hermanos, tíos, primos, primos segundos, tíos abuelos,...Todos, absolutamente todos, reunidos en la sala de espera preguntándose por qué los habían citado allí.
Mi madre estaba pegada al brazo de mi padre, llorando. Mi abuelo preguntó si había empeorado, y mi padre les pidió que se sentasen.
"Todos sabéis que Elena está enferma,-les dijo mi padre- que tiene cáncer y necesita trasplantes."- todos asintieron y mi padre prosiguió- "Hasta ahora he sido yo el que le ha estado dando todo lo que necesitaba. Ahora necesita un corazón, y se lo voy a dar".
Todos empezaron a llorar, ya que si mi padre me daba su corazón, moriría.
Mi padre les dijo que era una decisión que había tomado él sólo y que no había posibilidad de echarse atrás, que eso era algo ya más que asumido. La intervención sería al día siguiente, por la tarde.

A la mañana siguiente mis padres vinieron a verme y mi padre me dijo que tenía que hablar conmigo muy seriamente. Le pregunté si necesitaba algún trasplante más, y él, muy serio, me respondió que sí. "Princesa, necesitas un trasplante de corazón, y te lo voy a dar" me dijo. En ese momento se me vino el mundo encima, me puse a llorar y a abrazar a mi padre muy fuerte. Le dije que no, que si me lo daba se moriría y que yo no quería matarlo; pero él me dijo que no me sintiera así, que yo no le iba a matar, él iba a dar su vida por mí, me la iba a dar a mí.
Esa tarde me preparé para la operación. Estaba muy triste, mi padre iba a morir. Antes de entrar al quirófano le di un abrazo y un beso muy fuerte.
Entramos al quirófano los dos juntos, uno al lado del otro, en dos camillas diferentes, pero después de la operación sólo salió una,... la mía.
Nada más salir me eché a llorar, mi madre me dio un abrazo y un beso muy fuerte, el más fuerte que me ha dado en la vida; también me dio una carta, una carta que me escribió mi padre antes de morir. Cuando llegué a mi habitación le pedí a mi madre que saliera un momento, y la leí:

"Querida Elena, si estás leyendo esta carta es que la operación ha salido bien, que tu cuerpo ha aceptado mi corazón, y que estás viva; lo que quiere decir, también, que yo he muerto. No quiero que estés triste, no quiero que sufras por mí ni que te sientas culpable, porque no lo eres.
Un padre es capaz de todo por sus hijos, cuando seas madre lo entenderás, de todo, hasta de dar su vida, y eso es lo que yo he hecho, darte mi vida. No me has matado, yo te he dado mi vida, que no es lo mismo, quiero que lo tengas claro. También quiero que sepas que he dejado todos mis órganos, toda mi sangre y toda mi médula ósea a tu disposición, tienes todo mi cuerpo para ti y sólo para ti. Cada vez que necesites algún trasplante o alguna transfusión de sangre, recibirás mis órganos y mi sangre, llevarás mi cuerpo.
Seguro que ahora mismo estás llorando, te conozco, pero no sigas llorando mi princesa, mi alma está a tu lado, siempre lo estará, y mi cuerpo te acompañará el resto de tu vida, puesto que será tu cuerpo. Los padres siempre llevan a sus hijos en el corazón, ahora eres tú la que lleva mi corazón, ahora empieza tu nueva vida, una vida en la que siempre te acompañaré, así que, cuando me eches de menos y quieras sentirme cerca, sólo tienes que ponerte la mano en el pecho y sentir tu corazón, nuestro corazón.
Piensa que en esta nueva vida vamos juntos, así que prométeme que serás feliz por los dos.
Te quiero mucho Elena, mucho.Un beso mi princesa."

Y así fue, me dio su corazón, y fue en ese momento cuando me hice una promesa, la misma que le había hecho a mi padre: sería feliz, sería feliz por los dos. Mi padre había muerto, pero, cómo él mismo me dijo, no se había ido; estaba conmigo, está conmigo, y siempre lo estará.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Empezar de cero

Todo se había acabado, todo era diferente, ya nada tenía sentido; estaba viviendo en una realidad diferente, una realidad trasladada del pasado, era como si estuviera atrapada. Los años pasaban y ella seguía pensando en lo mismo, en el mismo, Iván. Se dio cuenta, lo sabía, Iván era ya un tema absurdo para ella; nada podía hacer, sólo rallarse la cabeza, así que decidió olvidarle, pero olvidarle de verdad.
Sacó su caja de recuerdos y tiró todos sus regalos, todas sus cartas, todas sus fotos, borró su número de teléfono de su agenda,...se deshizo de todo lo que le recordaba a él. Hizo una limpieza muy grande, debía hacerla, debía cambiar hasta ciertos hábitos que tenía y estaba dispuesta, muy dispuesta.
Ahora lo tenía claro, saldría de ese mundo sin sentido en el que estaba viviendo, no iba a ser fácil, nadie dijo que lo fuera a ser, pero tenía ilusión, ganas,...eso es, ganas, ganas de empezar de cero, de salir con gente nueva, de centrarse en sus estudios, en sus amistades y en su familia. De olvidarle, de no verle, pero no porque le odiara o porque le cayera mal, sino porque sabía que cuanto más le viera, cuanto más le hablaran de él o de su entorno, más difícil le sería salir de ese mundo en el que había quedado atrapada.
Debía y quería olvidarlo, tan simple y a la vez tan difícil. Tan simple porque era sólo una persona, una persona a la que ya casi no veía; y tan difícil por todo lo vivido y sentido. Lo había intentado ya dos veces, pero esta vez sería la definitiva, sería la última.
Había hecho de él su mundo, pasaba todo el día pensando en él; pero todo eso se iba a terminar.
Se dio una ducha de agua fría y salió a la calle a despejarse, dio un paseo por la ciudad, evitando todos aquellos lugares que le recordaban a él, a Iván.
Por el camino se encontró con Maka, que iba a recoger un pantalón que había dejado su madre en la modista para que lo arreglara, y decidió acompañarla. Después de recoger el pantalón fueron a comer juntas. Una ensalada, unos macarrones a la boloñesa, un par de coca-colas, un café, una despedida, dos besos,...Volvió a su casa, sus padres estaban durmiendo la siesta, así que entró sin hacer ruido. Se acostó a dormir la siesta en su cuarto, ya que los sofás ya estaban ocupados, por sus padres evidentemente. Antes de quedarse dormida se quedó mirando al techo, no quería recordarlo, pero cada vez que se quedaba sola o que no tenía nada que hacer, no podía evitar acabar pensando en él, en Iván; por eso siempre intentaba estar ocupada, hablando con la gente, escuchando música que no le recordara a él, viendo la tele,...Y empezar de cero, eso era lo que quería. Olvidarlo y centrarse en su vida, sin él, como tenía que ser.
Pasaron los meses y ya ni se acordaba, procuraba tener la mente ocupada en otras cosas, por la noche se dormía escuchando música, le ayudaba centrarse en las historias que contaban esas canciones, historias que no se parecían en nada a la suya, a la que había estado viviendo; ya que se había decidido a empezar otro capitulo de su vida, de cero, otra historia, otras canciones. Canciones de Dani Romero, José de Rico, Xriz,... Canciones diferentes, canciones para olvidar. Lugares nuevos de la ciudad, recorridos más largos para llegar a su destino, sin pasar por ciertos sitios que habían marcado esa época que quería olvidar. Todo su tiempo libre, de ocio; ocupado en diversas actividades para mantener la mente ocupada: escuchar música, leer, ver la tele, quedar con Maka y otras amigas,...
Una noche, Maka la llamó para salir, fueron a cenar a un bar que había cerca de la casa de Maka y después a tomar unas copas. Allí conocieron a un par de chicos, Ander y Maikel. Empezaron a hablar, a tomarse una copa, dos, se dieron los teléfonos...
Al día siguiente Maikel la llamó para quedar, le había gustado. Empezaron a salir, a conocerse más y acabaron enamorándose.
Ahora sí, definitivamente, había dejado atrás una época y había empezado de cero, había empezado otra época, otra aún mejor.

lunes, 19 de agosto de 2013

Adai

Orihuela, calle Duque de Tamames, tres de la mañana.
Un par de chavales vuelven del botellón entre risas y altas voces, ebrios, por supuesto. Él, Adai, duerme entre cartones recostado en un contenedor. Los chavales lo ven y empiezan a reírse de él, a continuación se disponen a propinarle varias patadas. Dos policías aparecen para disuadirlos. Uno de ellos se lleva a los chavales y les hace subir al coche para llevarlos a sus casas, el otro se acerca a Adai:
-¿Otra vez aquí Adai?- Es Tristán, ya se conocen.
-¿Y qué quieres que haga? Estoy solo y lo sabes. Mi Lucía murió y el banco me embargó el piso hace tres meses, no tengo a donde ir.
-¿Por qué no te vas a una residencia?
-¿Para qué?¿Para que un par de desconocidos tengan una carga más? Porque eso es lo que soy, una carga.
-No digas eso, eres una persona. Además, en esos sitios se dedican a eso. Vas a estar muy bien.
-No quiero pasar mis últimos días en un sitio con un par de desconocidos.
-¿Y prefieres vivir entre cartones?
-Sí. Déjame, es mi vida y la viviré como yo quiera.
-Esta bien, haz lo que quieras. Cuídate Adai.
Los dos policías se alejan.
-¿Conoces a ese hombre?-Le pregunta Alfonso, el nuevo policía, a Tristán.
-Sí,-le contesta Tristán-lamentablemente sí. No me malinterpretes, Adai es muy buena persona, ya quisieran muchos ser como él, pero es muy triste verlo así. Es mayor y está sólo. Lleva tres meses viviendo aquí, en la calle, entre cartones y se empeña en quedarse. Lo más triste es que sus hijos no quieren hacerse cargo de él.
-Pobre hombre.-contesta Alfonso-Es triste que personas mayores acaben así; y más cuando tienen hijos.
-Lo peor no es que esté en la calle, lo peor es como lo trata la gente. Por la mañana los niños pasan por aquí con sus padres para ir a la escuela,-explica Tristán-los niños se fijan en él, lo señalan, hacen preguntas a sus padres, cuchichean,...y bueno, ellos son niños, no saben lo que hacen; sus padres les riñen, como es natural, pero también le miran mal, como si fueran malas personas ¿y sabes qué te digo? Que hay mucha gente que va mucho más presentable, de chaqueta y corbata, con sus coches, su ropa de marca, su trabajo, y toda su tontería, que valen mucho menos que él.
Adai vuelve a colocar los cartones a su alrededor, tapándose y se queda dormido.
Es un hombre de setenta años que se ha quedado en la calle. No es mala persona, pero lleva mucho dolor dentro. Se casó con Lucía hace ya muchos años y tuvieron dos hijos: Ginés y Jairo.
Éstos aprovecharon para apoderarse de la herencia de su madre dejando a su padre solo.La casa de Lucía y Adai estaba sin terminar de pagar, aún les faltaban algunos años, pero la pensión de Adai no era suficiente para esto, y así acabó en la calle.
A la mañana siguiente Tristán y Alfonso, vestidos de paisanos, recorren las calles de Orihuela, no están de servicio.
-¿Y no sería más fácil ir directamente a la calle Duque de Tamames?-Le pregunta Alfonso a Tristán.
-No, Adai no es hombre de pasar los días mano sobre mano. No tiene casa y vive en la calle, pero todas las mañanas se levanta al alba y echa andar. No tiene rumbo fijo, o al menos nunca va al mismo sitio, eso si, cuando quiere se pega unas caminatas...La semana pasada lo encontré al alba en el barrio de San Antón, durmiendo entre los autocares del colegio Santo Domingo.
-Jolín, pues para ser  mayor, corre que se las pela.-Le contesta Alfonso.
-No, pero él no tiene obligaciones, no tiene que darle cuentas a nadie, y se recorre Orihuela de punta a punta, así mata el tiempo.
-¿Y qué hace cuando tiene hambre?-Le pregunta Alfonso.
-Ese es más pillo. -dice Tristán- Se va a la plaza San Sebastián, al convento, y las monjas siempre le dan algo.
-Al menos no pasa hambre.
-No, se las sabe arreglar. A veces se cuela en el palacio del agua para asearse allí, come de la caridad de las monjas, se entretiene dando largos paseos, los martes cuando recogen el mercado se lleva lo que la gente tira... A veces se queda ayudando donde las monjas o por las iglesias y así se gana unos duros.
Los policías se acercan por el convento y ven a Adai recoger la comida que le da una monja. Éste los saluda y se pone a comer en un banco del parque que hay enfrente del Telepizza. Termina su comida,no deja ni una migaja, tira los papeles a la papelera y sigue su camino con su botellín de agua en la mano.
-¿Lo volveremos a ver hoy?-Pregunta Alfonso.
-Lo más probable, siempre me lo encuentro dos o tres veces al día.
-¿Por qué no hacemos algo por él?¿Por qué no le buscamos un trabajo y un techo?
-No es tan fácil.-contesta Tristán-Ya sabes cómo están las cosas hoy en día para encontrar un trabajo; además, tiene setenta años, está jubilado.
-¿Y no tiene ninguna pensión de viudedad o de jubilación?-Pregunta Alfonso.
-No, parece que no. Antes las cosas no eran como ahora, quizás, aunque trabajara, no cotizó nunca a la seguridad social.-Responde Tristán.-Y en cuanto a lo del techo, ¿donde lo metemos? Si no quiere ir a ninguna residencia y no tiene a nadie.
-¿Y si hablamos con alguna parroquia para que le den cobijo o algo de trabajo? A lo mejor pueden hacer algo por él.-Pregunta Alfonso.
-Sí, eso sí podemos hacerlo.
Esa misma tarde Alfonso y Tristán se van a visitar parroquias mientras hacen su ronda. Acaban en San Vicente Ferrer, donde, hablando con el párroco, consiguen que le den trabajo a Adai. Más tarde van a buscarlo.
-Míralo, ahí está.-Dice Alfonso.
-Adai ven, tenemos que hablar contigo-Le dice Tristán a Adai.
-Ya os he dicho que yo a una residencia no voy, así que si habéis venido a convencerme perdéis el tiempo.-Contesta Adai a la defensiva.
-Que no, mira que te gusta discutir. Sabes que yo lo que te digo, te lo digo por tu bien, aunque algunas cosas no te gusten.-Explica Tristán-Hemos pensado que podrías ir a alguna parroquia para que te den cobijo, algo que hacer para que no te pases el día mano sobre mano, o yendo de un lado para otro.
Adai mira a Tristán, mira a Alfonso, y posa de nuevo su vista en Tristán.
-Al fin dices algo coherente.-le contesta a Tristán, y mirando a Alfonso añade-Gracias hijo, porque seguro que has sido tu el que le ha hecho entrar en razón.
Ambos policías se ríen y acompañan a Adai a la parroquia San Vicente Ferrer. Tristán se acerca y le pregunta a una catequista por el párroco, éste aparece y ambos le explican la situación. Después de una larga conversación, el párroco decide darle trabajo a Adai a cambio de una remuneración mensual.
Adai debe limpiar toda la iglesia cada día al acabar la misa de doce del medio día, y después de la de las siete de la tarde; ayudar a pasar el cepillo, ayudar al párroco a prepararse para la eucaristía y poco más.
Al día siguiente, al salir del trabajo, Adai se encuentra con Tristán y Alfonso.
-¿Cómo vas, Adai?-Le pregunta Tristán.
-Bien, mejor que nunca, sólo tienes que mirarme. Voy arreglado y aseado, más que antes, y ya no vivo entre cartones.-Responde Adai-Gracias.
-No hay de qué,-dice Alfonso- somos policías y nuestro deber es velar por el bienestar de los ciudadanos.
-Me alegro mucho por ti, de verdad-dice Tristán.
-No en serio, sin vosotros no hubiera podido salir de la calle, seguiría viviendo entre cartones, llorando y temiendo al mundo.-Explica Adai.-Gracias a vosotros me siento útil, tengo trabajo y ya no vivo en la calle.
-Bueno, ¿y dónde vives?-pregunta Alfonso.
-He encontrado un pequeño piso cerca de la parroquia y estoy viviendo allí de alquiler.-Contesta Adai, muy orgulloso y feliz.
-Pues espero que te vaya muy bien Adai.-Le desea Tristán.
-Sí, que te vaya bien ,y ya nos veremos.-Le dice Alfonso.
-Ojalá, y muchas gracias por todo-contesta Adai.-Ya nos veremos.
Los dos policías se van, y Adai sigue su camino.

viernes, 16 de agosto de 2013

Día de playa

Se despertó a las siete de la mañana con el ruido del despertador. Un desayuno con tostadas con tomate y queso, un zumo de naranja recién exprimido y un tazón de leche fría. Cinco minutos para lavarse los dientes y derecha al armario; un bikini de leopardo, uno azul cían, uno rojo liso, bikinis con flecos, con volantes,...
Al final se decidió por el rojo liso, unas chanclas de dedo negras, una toalla de la coca-cola, regalo de un proveedor del bar de su padre donde ella trabajaba de camarera, sus gafas de sol, su bolsa de playa, su libro, protector solar y su sombrilla.
Nerea dio un pequeño paseo hasta la playa, clavó la sombrilla y se tumbó en la arena. Se echó el protector solar y se puso a leer. Una página, otra,...así hasta dos capítulos. Un refrescante baño en el mar, nadar de un litoral de la playa a otro, paseos de una punta a otra, tiempo para tomar el sol, un bocadillo de atún, una coca-cola,...y todo eso desde las ocho de la mañana hasta la una y media.
Lo recogió todo, subió a su piso y se dió una ducha fría; salió con su batín blanco, sus zapatillas azul cían y su melena suelta hacia su habitación.
Se puso un sencillo vestido blanco de tirantes estrechos hasta la mitad de los muslos; y sus sabrinas blancas, su pelo castaño y rizado al viento, con dos pequeños mechones a los lados recogidos hacia atrás.
Fue hacia la cocina, pronto llegarían sus amigos a comer y debía prepararlo todo. Dos fuentes de ensalada de pasta con espirales, huevo duro cortado en trozos, olivas, jamón y queso cortado en tacos; dos platos de queso fresco y aceite, dos platos de jamón serrano, un vino tinto y una barra de pan. Pronto llegaron los invitados: Micaela, Inés, Samuel, Nico, Lara y Mario.
Prepararon la mesa todos juntos y se dispusieron a comer entre risas y conversaciones entretenidas. Micaela trabajaba en un bufete de abogados y acababa de coger quince días de vacaciones que quería aprovechar para ir a ver a familiares y amigos. Inés se había quedado sin trabajo, pero su hermana había dado a luz hace poco y, como ésta tenía que trabajar, Inés cuidaba de su sobrina entre semana. Samuel trabajaba en un chiringuito en la playa. Nico era profesor, y daba clases de verano a chavales de primaria y de la E.S.O. Lara cuidaba a dos niños de tres y seis años; y Mario trabajaba echándole una mano a su padre en el huerto familiar. Pero siempre encontraban tiempo para reunirse, al menos, una vez por semana.
Después de una comilona, recogieron los platos. Algunos se echaron la siesta, otros aprovecharon para ver la tele, echar una partida a los naipes,...Más tarde, uno detrás de otro, fueron duchándose y arreglándose para dar un paseo por el pueblo. Un helado en alguna terraza a orillas del mar, sintiendo la brisa y el olor a sal.
El sol resplandecía en lo alto desprendiendo calor, calor suave que no quemaba la piel; a poco menos de un metro la estampa del mar, tranquilo y sereno; la terraza llena de gente con vestidos y trajes coloridos, veraniegos,...Niños jugando, corriendo, riendo,...La típica estampa de verano.
Hacía tan buena tarde que se quedaron a pasear por el pueblo, y más tarde a cenar por allí. Otra heladería-cafetería-bar en el que cenar algo ligero; unos montaditos y unos sándwiches con unos refrescos, entre risas y más conversaciones, algún helado,... Otro paseo hasta los parques mientras el sol se va escondiendo, un descanso y un par de charlas en los bancos, niños jugando al fútbol y al baloncesto, alguna que otra pareja pelando la pava, un par de ardillas que corren de un arbusto a otro tan rápido como pueden para no ser vistas,...Y así se les pasa la tarde y parte de la noche, una calurosa noche de verano en la que las estrellas se apoderan del cielo acompañando a la luna que se deja ver en él y que se refleja en el mar.

domingo, 7 de julio de 2013

Amor adolescente

Llevaba días viéndola, allí, a tres filas de él, sentada en su pupitre, atendiendo a las explicaciones de los profesores y tomando apuntes. Él se estaba enamorando, pero no se atrevía a decírselo, tenía miedo de perder su amistad.
Doña Erica, la profesora de lengua castellana, estaba explicando 'El Romanticismo'. Rocío y él, Marco, se miraban, se sonreían. En ese momento Doña Erica se volvió y les vió así, embobados el uno con el otro sin prestar atención a sus explicaciones. Ella les llamó la atención y, como castigo, les puso un trabaja de literatura que debían hacer juntos.

Esa tarde Rocío y Marco quedaron en casa de Marco para hacer el trabajo. Marco vivía con su hermano mayor, Antonio, de veinte años. Sus padres habían fallecido unos años atrás. Los dos subieron al cuarto de Marco, cerraron la puerta y empezaron con el trabajo.
Rocío se sentó en el ordenador y empezó a buscar información sobre el tema. Varias páginas visitadas, información trasladada al trabajo, algunas imágenes por aquí, otras por allá, las biografías de algunos autores famosos, citas de algunas obras, la conclusión, la biografía, el índice,...Y entre esto y lo otro, algunas risas más.
Al día siguiente entregaron el trabajo, y al salir de clase cada uno se fue a su casa a comer. Se echaban miradas, se sonreían, se sonrojaban,...Se gustaban. Llevaban días así, y empezaron a salir; una tarde al parque, otro día a dar una vuelta, un sábado al cine, un domingo a comer,...Y así hasta su primer beso, una noche en el portal de Rocío, una despedida con un 'hasta mañana' y lo que al principio iba a ser un beso en la mejilla, acabó convirtiéndose en un beso en los labios. Un beso dulce e inesperado, que a ambos les gustó.
Toda una semana de miradas cómplices, de sonrisas, de pasar uno por al lado del otro y rozarse con la punta de los dedos, y sentir la suavidad de otras manos, unas manos que dicen "te quiero".

Llegó el sábado y Antonio tenía jornada intensiva en el trabajo, durante todo el día, cosa que Marco aprovechó para quedar con Rocío. Ésta le dijo a sus padres que pasaría el día en casa de su amiga Sara, una compañera de clase. Llegó, se abrazaron, se besaron, se sentaron en el sofá, jugaron, se rieron, se tocaron, se acariciaron...Él le pasó la mano por detrás del cuello, dejándola caer por su hombro, ella apoyo su cabeza en su pecho y mientras vieron una película, de vez en cuando la besaba en sus cabellos, le susurraba algo al oído que la hacia reír, le acariciaba el hombro, el brazo...Llamaron a la pizzería, comieron entre risas y alguna que otra caricia. Un beso, una caricia en la espalda, algún susurro al oído, miradas llenas de complicidad,...Así toda la tarde.

Empezaron a salir, algunos días al cine, otros al parque, otros a dar una vuelta, algunos días a casa de Marco, y más besos, más caricias, manos que suben por encima del muslo, besos en el cuello, palabras susurradas al oído, miradas llenas de complicidad...Amor, amor adolescente, con sus locuras y su inocencia.

Felicidad

¿Qué es la felicidad? Si buscáramos "felicidad" en un diccionario encontraríamos las siguientes definiciones: "estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien", "autorrealizarse", "alcanzar las metas propias de un ser humano", "ser autosuficiente, es decir, poder valerse por sí mismo para no depender de nada ni de nadie", "alcanzar el placer intelectual y físico", "no sufrir, ya sea mentalmente o físicamente".
Todos sabemos lo que es, ya que todos la hemos sentido al menos una vez, aunque a veces no sabemos cómo describirla, además, no todos obtenemos la felicidad de la misma manera. Así, lo que a uno le proporciona felicidad o satisfacción  no tiene porqué hacer feliz a otro, y viceversa.
Felicidad es, para algunos, algo material, algunas personas creen que la felicidad sólo se obtiene de lo material, de las posesiones, del dinero,...Otros creen que es algo individual, que las personas son felices independientemente de si el resto de gente lo es o no, yo creo que alguien no puede ser feliz si la gente a la que quiere no lo es.
Felicidad es levantarse cada mañana con un motivo por el cual sonreír, mirar a la vida con optimismo, ver a alguien triste y querer sacarle una sonrisa, es saber que la vida tiene un sentido y que merece la pena vivirla, es querer comerte el mundo, salir a la calle a ver el sol, es no poder evitar sonreír, Es la satisfacción de haber conseguido lo que tanto deseabas,...Su significado depende de la persona a la que se lo preguntes.
Felicidad es verte sonreír, verte contento/a y ver que la vida te trata bien. Felicidad es ver que la gente que te importa está bien, que consigue lo que se propone o alcanza sus metas, que tienen gente a la que quieren y que los quiere. Es no necesitar recuerdos dulces, porque lo que estás viviendo ahora mismo, ya es lo suficientemente dulce. Es tener delante a la persona que más quieres en el mundo, y ver que sonríe, que juega, que se divierte, que disfruta del momento, que está bien,...hasta el punto en el que te das cuenta de que es lo más bello que tienes, de que sin esa persona tu vida no tendría sentido, y es en ese momento cuando descubres que esa persona es tu razón para sonreír; aunque esta razón no tiene porque ser una sola persona, quizás no es ni siquiera una persona, puede ser alguna cosa, algún logro que hayas conseguido,...
Éstas son algunas definiciones generales pero cada persona tiene las suya propia. Estas definiciones dependen de la personalidad de quien la experimenta. En ellas influye también sus experiencias, ya que éstas ayudan a saber qué es lo que nos gusta y lo que no.
A veces, el concepto de felicidad que tienes o tenías en un principio, va cambiando conforme vas creciendo. La felicidad reside en los sueños principalmente, una persona es feliz cuando cumple sus sueños y cada persona tiene un sueño o varios sueños diferentes. Cuando hablo de sueños no me refiero a algo en lo que se pueda basar una película de fantasía, sino a algo real, un deseo, algo que uno quiere conseguir o hacer.
Es frecuente que en estos "sueños", no aparezcamos solos, es decir, que nos acompañe la gente a la que queremos o que nos importa.
Pero aunque tengamos una idea clara de lo que significa o cómo lograrla, el camino para llegar hasta ella no siempre es fácil. Este camino está lleno de paciencia, de obstáculos, de decisiones que no suelen ser fáciles, de pérdidas y de ganancias; porque a veces dejamos de tener contacto con gente que nos hace daño, cosa que nos ayuda a ser felices; a veces conocemos a gente nueva que nos hace feliz o que contribuye a ello; y viceversa.

viernes, 28 de junio de 2013

Ella

Ahí está. A apenas tres metros de mí. Ahí está, sin imaginarse que la estoy mirando. Sentada en un banco, leyendo un libro, de misterio quizá, de aventuras o ¿por qué no? De amor, quién sabe. Apoya una pierna encima de la otra, deja su bolso al lado, y se recuesta en el banco. No sabe que la estoy mirando, está sumergida en su libro, en sus historias. De vez en cuando levanta la vista para comprobar que su pequeña está bien.
Es guapa, muy guapa, la mujer más guapa que he visto en mi vida. Morena y hermosa. De oscuros, largos y lisos cabellos, de ojos verdes intensos, con una mirada limpia y pura; fija en las páginas que la transportan a un mundo nuevo, su mundo; de fantasías, de historias completamente disparatadas, de esas que solo se encuentran en los libros. Lleva unos vaqueros y una camisa azul tenue, que hace contraste con sus ojos verdes. 
Un pajarillo se le acerca cantando, y ella lo mira y sonríe. Se aparta un mechón de pelo que le tapa los ojos, se lo coloca detrás de la oreja y vuelve la página de su libro. Continúa leyendo. Los niños juegan delante de ella, acompañados de esa risa típica de niños, ésa que suena a despreocupación, a vivir el momento sin pensar en un mañana, en que pasará una hora más tarde,... La risa que únicamente disfruta el momento, ésa que, a medida que vas creciendo, madurando; sin querer, sin darte cuenta; vas perdiendo.
Ella sonríe y saca un botellín de agua de su bolso. Bebe un trago, vuelve a alzar la vista para vigilar a su pequeña, sonríe, y continúa leyendo, y así pasa un cierto rato. Yo la observo y miro también a su pequeña, mientras tomo un café en el bar que hay enfrente del parque, donde se encuentra el banco en el que está sentada. Solo quiero congelar el tiempo, para seguir observándola, pero no puedo, el tiempo debe seguir su curso. A veces pienso en acercarme a saludarla, pero lo pienso mejor y decido no ir. No quiero molestarla, prefiero observarla de lejos, sin que se dé cuenta de ello.
En ese momento se le acerca su hija, su pequeña, una niña de apenas cuatro años que ya le llega hasta la altura del vientre. Una pequeña de pelo rizado y rubio, de ojos azules y una sonrisa entre sus labios. No es muy parecida a su madre, al menos no físicamente, pero es bonita. Ella la recibe con una sonrisa y le aparta el pelo que le cae por delante de los hombros. Hablan y la pequeña le toma la mano mientras le pide que la acompañe. Madre e hija atraviesan el parque con una sonrisa, mientras ella se suelta de la mano de ésta, y se la pasa  por encima de los hombros, atrayéndola hacia sí misma, haciendo que ésta se sienta protegida por ella. La pequeña sonríe y espera junto a ella al lado de unos columpios, mientras hablan.
Un niño, vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta roja de manga corta, de unos seis años más o menos, se acerca y le dice algo al niño que está sentado en el columpio, éste se asombra y se baja deprisa. Los dos niños hablan y salen corriendo hacia un grupo de chavales de su misma edad.
Su pequeña se monta en el columpio y ésta se coloca detrás de ella, la rodea con los brazos y la impulsa hacia arriba, balanceando su columpio, angrunsándola, como diría la gente mayor de la tercera edad. Y así, madre e hija pasan un buen rato.
Yo me entretengo mirándolas, con la seguridad de que no se darán cuenta de que estoy aquí. Observo sus risas, sus gestos,... De repente le suena el teléfono móvil, ella lo saca del bolso y se aparta hacia un lado del parque. Habla y esboza una sonrisa, una de sus hermosas sonrisas, de ésas que hacen que todo el mundo que le rodea brille con más intensidad, deslumbrándola como si fuera un ángel, de una belleza sin igual. Una sonrisa de las que hacen que el mundo se detenga, únicamente, para fijarse en ella.
Una breve conversación y una sonrisa aún más inocente y bella. Después de unos minutos llega él, su marido, que le aparta un mechón de pelo que le cae en la cara y la besa con ternura. Ella sonríe y pronto llega hasta ellos su pequeña, corriendo, esbozando también una sonrisa. Él se agacha y abre sus brazos mientras la niña corre hacia ellos, la abraza y le da besos en las mejillas mientras le dice algo al oído, algo que hace que la pequeña se ría. Y así se van los tres, riéndose. La pequeña jugando, y ellos intercambiando miradas llenas de complicidad.
Y mientras, yo pido la cuenta en la cafetería, pago y me vuelvo a mi casa; satisfecho, contento de ver que están bien, y sobre todo, de saber que es feliz.

miércoles, 26 de junio de 2013

Un día cualquiera

Eran las cuatro de la mañana. El viento golpeaba las ventanas con fuerza y se podía oír la lluvia caer fuera. El ruido la despertó, o eso se repetía Sara. Fue a la cocina, vestida con su pijama azul a rayas, y se sirvió una taza de café, mientras Lucy, su perro, la observaba. Hacía tiempo que no dormía bien por las noches, desde que Nerea se fue. Se mudaron juntas al centro para estar cerca de la universidad, pero a Nerea le habían dado una beca por sus excelentes notas, sobre todo en idiomas, y se había ido a Harvard a estudiar; dejándola allí, con Lucy. A veces se sentía sola, aunque tenía a Lucy, incluso culpaba a Nerea de dejarla sola, pero en su interior sabía que era lo mejor que podía haber hecho y se alegraba por ella.
Su rutina se limitaba a desayunar un café todas las mañanas, pasear a Lucy temprano, coger el autobús, intentando encontrar un asiento que quedara vacío, cosa que no era muy habitual; bajar siempre en la misma parada, andar cinco o diez minutos hasta llegar a la facultad, en realidad de eso no podía quejarse ya que la facultad quedaba cerca de su parada; volver a casa para comer, a eso de las tres de la tarde; encargarse de las tareas domésticas, descansar un poco y volver a estudiar; y por la noche ir a trabajar como camarera en el pub "Lalyston" ."Al menos estoy entretenida", pensaba Sara. Le reconfortaba pensar que estaba haciendo las cosas bien.
Ese día se levantó temprano, tampoco esa noche había dormido bien, se vistió con sus vaqueros oscuros y su camiseta marrón chocolate. Se tomó su café, bien cargado, como de costumbre; y se dispuso a llevar de paseo a Lucy, un paseo corto que apenas duró diez minutos, puesto que no quería llegar tarde a la facultad. Lucy era una chiguagua marrón de apenas dos años, de ojos verdosos y oscuros. A pesar de su corta edad no solía hacer destrozos en casa, y sabía contenerse. Cuando se dio cuenta de la hora que era, vio que casi perdía el autobús. Cogió su bandolera negra, se guardó su portátil, sus auriculares, cogió las llaves y el móvil, y se apresuró a la parada. El autobús se disponía a arrancar, menos mal que el conductor la conocía, era Marco. Siempre tenía el turno de mañanas. Sara y él habían coincidido varias veces. Subió al autobús y le dio las gracias por esperarla, después se dispuso a buscar un asiento libre, mientras él iniciaba una maniobra para salir de la estación de autobuses. Como de costumbre, no encontró ningún asiento vacío y se tuvo que quedar de pie. Así que se recostó en una de las barandillas, apoyando su bandolera en el suelo, con cuidado, ya que no quería estropear su portátil. Después de quince minutos el autobús se detuvo en su parada, no sin antes detenerse en unas cuantas por el camino. Sara se bajó y caminó hacia  la facultad, observando mientras las calles y grandes edificios que la rodeaban. Entró en el campus y se dirigió a su aula.
Las clases eran eternas, algunas entretenidas, otras un rollo, o eso le parecían a ella; aunque atendía a todas ellas, ya que sabía la importancia de éstas. Estudiaba magisterio de educación primaria en la universidad de Murcia. Era ya su segundo año, y se sentía muy a gusto, sabía que no se había equivocado en su elección, y en la importancia que esto suponía para su futuro. Había hecho amistades en la universidad, y eso era importante para ella, ya que era nueva en Murcia, sobre todo ahora que Nerea se había ido. Ese día las clases le parecieron amenas, de modo que la mañana se le pasó rápidamente. El profesor Laurence, se dispuso a explicar la "psicología del desarrollo", mientras Sara y sus compañeros tomaban notas, atendían y le hacían preguntas a cerca de las diferencias psicológicas entre las edades que deben tener los alumnos comprendidos entre primero y sexto curso de primaria... Laurence explicaba de nuevo las evoluciones que los niños llevan a cabo durante esas edades, sus inquietudes, sus posibles actitudes,... e iba despejando las dudas de sus propios alumnos. Las clases pasaron hasta llegar a las tres de la tarde, se habían acabado por hoy.
Sara se volvió a subir al autobús y se colocó sus auriculares. Le gustaba escuchar música mientras iba en carretera. Se acababa de bajar el CD nuevo de Bruno Mars, y se dispuso a escucharlo. Llegó a casa, cocinó unos macarrones, y después de comer se puso a limpiar, fregar...y todas esas tareas para las que nunca hay ganas, pero que todos los días hay que hacer. Más tarde, a eso de las cinco, se puso a estudiar, hasta las nueve, cuando salió hacia el "Lalyston" a trabajar.
Un saludo a Jaime, su jefe, y derecha a la barra. Enfriar bebidas, limpiar algunas mesas que quedaron sucias la noche anterior, barrer el suelo y fregarlo, colocar los vasos, platos, copas, y demás cubiertos en su sitio...Hasta las diez, cuando el "Lalyston" abrió sus puertas. Jimena, Luis, Daniel, Rocío, Elena y el resto de la plantilla fueron llegando uno detrás de otro. La noche transcurrió tranquila, el pub a rebosar, los camareros de la barra sin parar de servir, y los encargados de las mesas sin descansar ni un minuto. Fue una noche sin descanso, pero también sin agobio, y lo más importante, sin ningún altercado de esos que suelen ocurrir en los pubs y que nunca acaban bien. A eso de las tres de la mañana, el "Lalyston" cerró sus puertas y Nerea se fue a casa, después de recogerlo todo. Volvió a casa, se dio una ducha, paseó a Lucy, cenó una ensalada ligera; le dió un repaso a sus estudios y se fue a dormir. Otro día más había acabado.